¿QUÉ HAREMOS ENTONCES?
• El pastor caído que confiesa el pecado, busca la gracia de Dios, y desea permanecer en comunión con la iglesia, debe ser recibido y aceptado como cualquier otro cristiano que ha caído. Debe ser perdonado como ordena Jesús (Mi 18.22). Sin embargo, el perdón y la restauración a la comunión de la iglesia no significa que quien antes fue pastor ahora nuevamente llena los requisitos para ese cargo.
• La iglesia no debe castigar al hombre que ha caído y se arrepiente. Pero el negarse a que vuelva a su puesto en el ministerio pastoral no es un castigo. Separar de su cargo al pastor que ha caído es honrar el estándar de Cristo. Es seguir el modelo de los líderes a través de los siglos; es proteger al hombre y a su familia. Es guardar a la iglesia, a quien el Gran Pastor ama profundamente.
• La Biblia habla de varios líderes que cayeron que tuvieron roles significativos aun después del fracaso. Inmediatamente pensamos en Moisés, David y Pedro. Sin embargo, no debemos apurarnos a usar estos ejemplos al hablar de pastores que han caído. Reflexionemos sobre varios asuntos de importancia: (1) El pecado de Moisés (homicidio) tuvo lugar 40 años antes de que comenzara su liderazgo, y él pasó toda una vida en el desierto luego de su grave caída. (2) El pecado de David pudo haber resultado en pena de muerte para cualquier otro. Además, él era un potentado del Medio Oriente que tenía un harén, no un modelo familiar para los pastores del Nuevo Testamento. Recordemos que su reino y su familia no conocieron paz luego de su bajeza moral; su trono nunca recobró la estabilidad del pasado. (3) El pecado de Pedro fue grave, pero no fue un pecado contra su propio cuerpo (1 Co 6.18), y fue un pecado de su personalidad, no fue el tipo de engaño voluntario y arrogante que es característico del adulterio. Tampoco fue premeditado, prolongado ni repetido a escondidas.
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