Transcribo el artículo completo sobre un tema relevante para los que creemos en la operación del }espíritu Santo y sus dones y manifestaciones Fuego Extrañado apagado por Craig Keener – Reseña del libro de John McArthur.
Craig Keener, uno de los mejores comentaristas del NT el día de hoy, se toma su tiempo para responder al libro de John McArthur. Yo he recibido mucha critica sobre mi posición en contra de la mala teología y exegesis, y sobre todo, el mal uso de la historia de McArthur y sus asociados. No solo Keener lo critica por lo mismo, sino que otros eruditos bíblicos. Cuando los que son autoridades mundiales del tema, uno tras otro, llama a la atención del lector los mismos errores de metodología, creo que el lector esta forzado a tomar caso de la critica, y a re-evaluar si lo que esta leyendo es lo correcto o no. Osea, no lo tomen porque yo lo he dicho, pues por lo visto, los que saben mucho mas que yo dicen lo mismo.
Gary Shogren ha publicado ( ¿traducido?) el articulo de Keener, y lo ha puesto disponible a la audiencia de habla Hispana. Me uno con Keener en su conclusión. McArthur hace una apropiada critica a los extremos, pero ha hecho los extremos la posición del movimiento Carismático/Pentecostal.
Que lo disfruten:
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Reseña de Fuego Extraño: El peligro de ofender al Espíritu Santo con adoración falsa, de John MacArthur. Reseña por Craig Keener. Entre muchos libros, el Dr. Keener es el autor del Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento.
Originalmente publicado en inglés en la revista Pneuma, 15 de noviembre 2013,http://pneumareview.com/john-macarthurs-strange-fire-reviewed-by-craig-s-keener/
[Nota: En América Latina usamos el término “carismático” para denominar a los católicos quienes tienen una orientación pentecostal. Keener y MacArthur lo usan con su sentido en inglés, de gente de cualquier denominación con una orientación pentecostal.]
Mientras que ofrece algunos puntos muy necesarios, Fuego Extraño de John MacArthur desafortunadamente extrapola de esos puntos a un “movimiento” completo. Como señalo más adelante, también creo que MacArthur suprime algo de la verdad bíblica sobre la base de una doctrina posbíblica, el mismo delito del que acusa a otros.
Sin embargo, hay mucho que se puede aprender de sus críticas; él ha traído de nuevo a nuestra atención algunos errores serios contra los cuales deben estar en guardia las iglesias carismáticas. Yo empiezo con algunos puntos de coincidencia en el libro y luego paso a puntos donde creo que MacArthur ha sobrepasado claramente los límites de la razón y civismo cristianos; ahí mi tono no puede ser tan conciliatorio.
Introducción
En el lado positivo, abordado primero en esta reseña, Fuego Extraño critica enérgicamente algunos puntos que han requerido censura muy pública. En este sentido, incluye algunos elementos que podríamos incluso llamar proféticos (aunque MacArthur mismo aborrecería la etiqueta). De hecho, aquellos que han abusado groseramente de la etiqueta carismática nos han intimidado a veces a nosotros los carismáticos acerca de la etiqueta, aunque afirmamos y practicamos los dones espirituales, algo que la Escritura enseña. (Cada etiqueta eventualmente es desviada, incluyendo “cristiano” y “evangélico”; quizá “continuacionista” le iría mejor.) Entonces de nuevo, como un carismático evangélico bautista, hay momentos cuando las actividades de ciertos bautistas o evangélicos me llevan a estremecerme también.
Si la crítica de MacArthur puede alertar a más carismáticos hacia la importancia vital de prestar atención a las críticas que los eruditos carismáticos han estado planteando por un largo tiempo, habrá cumplido un propósito beneficioso. Sin embargo, porque muestra tan poco discernimiento al condenar todo lo carismático, podría en cambio polarizar aún más a dos grupos de creyentes que necesitan mucho del aporte el uno del otro. Al redefinir dónde está el medio, puede hacer más cautelosos a algunos evangélicos acerca de los dones de lo que son actualmente, y puede hacer a algunos carismáticos más cautelosos acerca de los evangélicos de lo que ya son.
Alcanzando grandes objetivos
Muchos de los objetivos específicos de MacArthur necesitaban ser alcanzados. Por ejemplo, aunque los escándalos sexuales han sacudido todo desde la Iglesia Católica hasta algunas iglesias conservadoras reformadas, no se puede negar que los carismáticos muy públicos han traído a menudo gran vergüenza no sólo a los carismáticos sino al cristianismo en general (p. xiv). Debido a que los carismáticos carecen de alguna estructura de autoridad dominante, es difícil para cualquiera controlar lo que sucede entre algunos carismáticos. Pero los carismáticos sin duda no son inmunes al escándalo, y las celebridades (así como los objetivos de movimientos políticos rivales) son particularmente vulnerables a él (véase más comentarios sobre escándalos abajo).
Aunque MacArthur exagera extremadamente, algunos carismáticos tristemente sí calzan con el estereotipo que él pinta de hablar “incesantemente acerca de los fenómenos” y no mucho acerca de Cristo (p. xii). Los Evangelios y Hechos, por supuesto, enfatizan las señales, pero estas señales siempre honran a Jesús y buscan llamar la atención hacia Él. La adoración cristiana y la enseñanza deben atraer la atención más que todo hacia Jesús y su muerte por nosotros y su resurrección.
Además, a pesar de las advertencias de muchos líderes, hay círculos donde la gente cultiva particularmente la emoción y las respuestas físicas (cf. pp. 3-4). Ellos vienen de una tradición que ha venido a sustituir ese sentimiento por el Espíritu que una vez lo generó, en lugar de la actividad del Espíritu mismo. MacArthur se queja que muchos carismáticos “parecen reducir al Espíritu de Dios a una fuerza o un sentimiento.” (p. 5). Como Jonathan Edwards notó, las reacciones emocionales o físicas podrían acompañar la obra de Dios pero en otras ocasiones podrían ser falsas (p. 41); uno debería evaluar el avivamiento por otros criterios bíblicos. Aun así, MacArthur bota mucho más que Edwards. El contexto de su argumento sugiere que él tiene más que extremos en mente cuando él acusa (p. xiv) que “muchos pentecostales y carismáticos…han lanzado su teología a los fuegos de la experiencia humana y adorado al falso espíritu que resultó…” Más sobre este tema abajo.
Aunque la emoción y la celebración son bíblicas (en un mayor grado, yo creo, del que MacArthur hallaría confortable), muchos de nosotros hemos sido testigos de abusos a lo largo de los años a veces – gente tratando de reproducir los efectos del Espíritu más que sirviendo y adorando al Señor. La experiencia de una generación (o algunas veces los caprichos) se convierte en la tradición de la siguiente generación y el legalismo de la siguiente generación. No todo legado heredado de nuestros antecesores en el avivamiento (ya sean tradiciones carismáticas o el cesacionismo de MacArthur) es útil; es la palabra y el Espíritu lo que necesitamos.
– ¿Dioses cristianos?
Más sustancialmente, algunos maestros extremos de la Palabra de Fe sí promulgan enseñanzas que, por lo menos en apariencia, no pueden más que ser vistas como herejías, especialmente que los creyentes son dioses (correctamente notado en pp. 11-12). Pero ¿es que esas creencias de hecho “se han convertido en la regla” entre los carismáticos (p. 12)? Aquí yo creo que mi tamaño de la muestra debería ser suficiente para ofrecer un decisivo “No.” En mis treinta-y-ocho años como carismático, yo no pienso que haya escuchado a algún carismático que conozca personalmente repetir esta enseñanza extrema, incluyendo aquellos que han absorbido las enseñanzas de la Palabra de Fe.
Una herejía con la que yo me encontré, la cual tomaba asuntos más literalmente que lo que mencionó MacArthur, fue la doctrina de Los Manifiestos Hijos de Dios (o por lo menos su versión extrema con la que me encontré). Sus proponentes enseñaban que los vencedores por fe lograrían la inmortalidad antes del regreso de Cristo, convirtiéndose en “el Cristo de muchos miembros” en la tierra.
Una cosa yo sí sé y es que el Espíritu carismático que yo he experimentado no era compatible con esta enseñanza. En una ocasión yo retrocedí en mi interior cuando escuché a un orador invitado en una congregación no carismática enseñar sobre un tema completamente diferente. Yo sentí que él era portador del mismo espíritu que los maestros de los hijos manifiestos. Luego yo le pregunté si él había conocido a un cierto maestro de Los Manifiestos Hijos de Dios. “Sí,” él contestó, sorprendido. “Nosotros éramos buenos amigos.” Él mismo era un maestro de Los Manifiestos Hijos de Dios. El Espíritu que yo experimento regularmente en círculos carismáticos más sensatos claramente testifica contra esta falsa enseñanza. Las enseñanzas falsas existen, pero ellas no provienen del mismo Espíritu que ha abanicado la mayoría de avivamientos de los dones espirituales.
– Estudiando la Biblia
MacArthur con razón insiste que la base primaria para nuestra enseñanza debería ser la Escritura, y advierte contra el reemplazarla con tradición, cultura, o, como en algunos círculos carismáticos, experiencia. En algunos lugares, los carismáticos son entre los cristianos, los más fieles a las Escrituras; a menudo ellos también buscan volver a la Biblia mucho más que lo que el propio cesacionismo rígido de MacArthur lo permitiría. Sin embargo, muchos de nosotros estamos familiarizados con círculos carismáticos donde los testimonios y supuestas revelaciones suplantan la enseñanza bíblica más que apoyarla. Una carismática (aunque, en el transcurso de los años, sólo una) me dijo que ella recibía sus propias revelaciones así que ella no estaba muy interesada en las que ya estaban en la Biblia. (Como era de esperar y dolorosamente, este acercamiento pronto se vino abajo para ella.)
En casos como éste, la advertencia de MacArthur es importante. De hecho, mucho más ampliamente (y no sólo en círculos carismáticos), mayor comprensión y exposición más fiel de la Escritura es esencial.Pablo exhorta a Timoteo a no descuidar el don que él recibió a través de la profecía cuando los ancianos impusieron manos sobre él (1 Tim 4:14). Pero él también insta a Timoteo a dedicarse a la lectura pública y exposición de la Escritura (4:13), porque su enseñanza sería algo de vida o muerte para sus oyentes (4:16). El descuido de la enseñanza bíblica sólida en algunos círculos no excusa la reacción exagerada de aquellos que rechazan la profecía legítima en otros (véase discusión abajo). Sin embargo, hay una razón por la cual Dios nos diera una Biblia como canon, una “vara de medir,” por la cual todas las otras afirmaciones puedan ser evaluadas.
MacArthur nota que el pentecostalismo ha sido a menudo anti-intelectual (pp. 73-75). Como mucho del cristianismo americano asociado originalmente con los avivamientos fronterizos, sin embargo, surgió entre la gente menos educada quienes experimentan un aspecto de la actividad de Dios menos apreciada entre la élite intelectual. Quizás si los cristianos más intelectuales se humillaran ellos podrían aprender algo de la experiencia carismática – y ganar más audiencia entre aquellos a los que pueda servir su entrenamiento. Necesitamos la Palabra y el Espíritu juntos, y apagar cualquiera de los dos – ya sea como el pentecostalismo tradicional algunas veces ha hecho o como los intelectuales cesacionistas rígidos hacen ahora – no es útil.
MacArthur dice que los creyentes deberían renovar sus mentes, no pasarlas por alto (p. 244). Los carismáticos (y otros) sí necesitan un gran énfasis en renovar la mente (uno de mis proyectos exegéticos planeados para pronto aborda esto), pero MacArthur insta a una elección forzada; también hay una dimensión afectiva de nuestra personalidad. Al criticar el culto no inteligente, MacArthur menciona en una cita al pie la explicación de Gordon Fee que el Espíritu algunas veces pasa por alto la mente. Sin embargo Fee simplemente sigue la enseñanza de Pablo aquí (1 Cor 14:14-15), y Fee, un cuidadoso y honesto erudito, no es ciertamente la persona a citar en apoyo de la irreflexión.
Sin embargo, las enseñanzas no bíblicas sí proliferan. Por supuesto, que la Biblia no tiene que dirigirse a algo directamente para que los cristianos hoy lo consideren; no menciona explícitamente el aborto, armas nucleares, e ingeniería genética, por ejemplo. Pero muchas enseñanzas populares en la actualidad sobre la guerra espiritual, el gobierno de la iglesia y así sucesivamente descansan en “revelaciones” extra-bíblicas que deben ser examinadas más cuidadosamente. Por lo menos algunas de estas enseñanzas van en contra de la Biblia, y muchas de las otras parecen en el mejor de los casos irrelevantes al ministerio práctico para el reino.
Para bien o para mal, como alguien cuyo don público primario es enseñar, confieso que usualmente me siento más cómodo entre cesacionistas, con los cuales yo comparto una base común para discusión, a saber la Escritura, que entre los carismáticos extremos quienes la descuidan. Yo conozco muchos maestros carismáticos, sin embargo, quienes no son extremos, e incluso muchos influenciados por enseñanzas extremas a menudo están dedicados humildemente a Cristo. En un lugar la necesidad me forzó a hacer mi evangelismo y oración con carismáticos, mi defensa intelectual por la fe evangélica junto a un cesacionista, y mi otro ministerio con quien me diera la bienvenida.
– ¿Prosperidad prosperando?
Usualmente he estado más preocupado acerca, y enseñé más vigorosamente contra, los peligros de la enseñanza de la Prosperidad que los peligros del cesacionismo rígido. Así como muchos evangélicos necesitan más experiencia espiritual, los carismáticos están creciendo rápido y necesitan más enseñanza, así que mi propio don en la enseñanza tiende a tirar de mí en esa dirección. Si MacArthur no hizo uso de la enseñanza de la Prosperidad para tratar de desacreditar más generalmente la experiencia carismática yo probablemente no pausaría para comentar mucho aquí.
La enseñanza de la Prosperidad no es históricamente parte del ADN del pentecostalismo; los primeros pentecostales se hubieran opuesto en gran medida a ella, así que si uno extrapola de ese período (como a MacArthur le gusta hacer con figuras tempranas más cuestionables) las conclusiones de uno serían diferentes. Si la enseñanza de la Prosperidad se ha extendido, no ha sido porque el pentecostalismo abrace los dones espirituales y la dependencia del Espíritu para la misión sino a pesar de ello. El materialismo no apela a aquellos que abrazan los dones de Dios sino más generalmente a la naturaleza humana básica. Si la enseñanza sana florece (o la realidad sacude a los proponentes), quizá la enseñanza de la Prosperidad se desvanecerá en la próxima generación. La enseñanza reaccionaria como la de MacArthur, sin embargo, es más probable que polarice a que invite.
¿Será cierto que “los maestros de la Palabra de Fe representen la tendencia actual más grande del movimiento” (p. 9)? Evidencia estadística sólida debe ser recolectada, pero lo cierto es que está enormemente extendida, y en algunos lugares tipos de esta enseñanza pueden ser mayoría. Sin embargo, es sabio reconocer un rango de puntos de vista más que agrupar a todos los maestros de “fe” juntos; ciertamente algunos que se aferran a unos elementos de la enseñanza de “fe” rechazarían el tipo de elemento notado arriba “nosotros somos dioses”.
Yo he escuchado varias versiones de la enseñanza de confesión positiva y de la Prosperidad, pero algunas veces de cristianos que estaban sin embargo tan comprometidos con Cristo y su obra que ellos vivían sacrificialmente. Danny McCain, un amigo no-pentecostal que ha dedicado décadas de ministerio evangélico a Nigeria para ayudar a dirigir un estudio del pentecostalismo Africano, me dice que, a pesar de muchos problemas serios en el pentecostalismo allá, los pentecostales tienden a estar entre los más devotos cristianos y predican muy claramente la salvación. Como un no-pentecostal él concluye que, “si yo tuviera que escoger la fe de uno sobre la del otro, yo tomaría la versión pentecostal.”
Muchos afirman que la mayoría de carismáticos africanos (o más ampliamente cristianos africanos) enseñan la Prosperidad; ya sea que esta afirmación sea precisa o no, la evidencia de la encuesta en la que descansa no es tan clara como algunos suponen. Ciertamente la enseñanza extrema está muy extendida en África, incluyendo en la televisión, y muchos jóvenes cristianos creen con entusiasmo cualquier cosa que les enseñen. Sin embargo, muchos africanos no leen la pregunta de la encuesta acerca de la conexión entre la fe y la Prosperidad de la misma forma que los evangélicos occidentales suponen, esto es, en el contexto de la enseñanza materialista. (La pregunta, reportada en la p. 30 del Pew Survey se lee, “Dios dará prosperidad material a todos los creyentes que tengan suficiente fe.” La encuesta entonces resume, “En nueve de los países la mayoría de los pentecostales dice que Dios dará prosperidad material a todos los creyentes que tengan suficiente fe.”)
Mi esposa, por ejemplo, no es carismática, y ella y otros cristianos africanos que rechazan firmemente la enseñanza de la Prosperidad me dicen que ellos hubieran visto ambigua la pregunta y la hubieran respondido positivamente. Su comprensión de la pregunta es simplemente que nosotros debemos depender de Dios para que provea nuestras necesidades – un concepto bíblico incuestionable. Es cuestionable si la “mayor parte” de carismáticos (p. 15) apoya la enseñanza de la Prosperidad en el sentido en el cual nosotros normalmente usamos la frase.
Existen grados de “enseñanza de la Prosperidad,” de simple fe en la provisión de Dios a los tipos de extremos que MacArthur justamente denuncia. Por otra parte, yo sospecho que la mayoría de evangélicos norteamericanos no carismáticos gastan más recursos en ellos mismos que los que Jesús aprobaría; que ellos, a diferencia de los maestros de la prosperidad, no busquen justificación teológica para sus prácticas no las hace menos anti-bíblicas.
Usar las características de algunos o incluso muchos o la mayoría de los miembros para caracterizar un grupo como un todo puede ser un ejemplo de la “falacia de composición” en lógica. El razonamiento de MacArthur en contra de los carismáticos no es muy diferente del razonamiento de algunos secularistas contra los evangélicos. Algunos protestan alarmados, por ejemplo, que los dominionistas cristianos extremistas planean tomar los Estados Unidos; ellos mezclan su punto de vista de estos dominionistas con todo lo de los “Derechistas Religiosos”; ellos notan que tres-cuartos de los evangélicos blancos votaron por los Republicanos en la última elección; y luego ellos concluyen que los evangélicos son una amenaza a la democracia. Ejemplos de esa extralimitación podrían multiplicarse: tanto Lutero como muchos padres de la iglesia pronunciaron fuertes afirmaciones anti-semíticas; entonces los cristianos son anti-semitas; uno podría entonces razonar más allá, aunque obviamente ilógicamente, que la gente religiosa (incluso judíos ortodoxos) son todos anti-semitas. Muchos pastores de mega-iglesias u otras principales figuras cristianas han mostrado ser corruptas; entonces MacArthur debe ser corrupto. Y así sucesivamente.
– ¿Por qué usaría Dios a MacArthur para retarnos?
Cuando fallamos en la autocritica Dios algunas veces levanta foráneos para ayudarnos (gentilmente o no). Mientras que es cierto que muchos (¿la mayoría?) evangélicos necesitan desesperadamente el énfasis carismático para vivir la enseñanza bíblica acerca del Espíritu, también es cierto que muchos (¿la mayoría?) carismáticos necesitan desesperadamente el énfasis evangélico de entender y explicar cuidadosamente la Escritura. (Divulgación completa: como un evangélico carismático, yo podría tener alguna parcialidad aquí.)
Por supuesto, “algunos pensadores carismáticos” (como llama correctamente MacArthur a Michael Brown and J. Lee Grady) han criticado correctamente los abusos, y MacArthur fácilmente los cita en apoyo de su argumento (pp. 202-3). (En subsecuentes críticas, uno debería notar, que ni Brown ni Grady han considerado la polémica de MacArthur justa.) Las preocupaciones también se han generalizado, por ejemplo, entre muchos maestros en escuelas carismáticas y pentecostales. Como uno de los reseñadores ha señalado, sin embargo, aquellos que dependen de lo que ellos escuchan en la televisión no han escuchado a los críticos de los carismáticos y no escucharán tampoco a MacArthur. (Aquellos que toman sus ideas acerca de los evangélicos principalmente de lo que ven en televisión o escuchan en la radio, ya sea de la variedad religiosa o secular, son a menudo del mismo modo acríticos.)
Aunque muchos carismáticos no son culpables de las genuinas ofensas con las cuales los culpan, ha habido una tendencia reciente a hacer alarde de los números y el respeto creciente de los carismáticos. Yo sospecho que cuando nosotros citamos las cifras más altas por el número de carismáticos en el mundo, nosotros reconocemos que no nos sentiríamos confortables abrazando como iguales espiritual y teológicamente a todos ellos. No obstante, algunos de nosotros hemos estado ansiosos de presumir por los números. Los cristianos de la mayoría del mundo se han sacrificado para expandir el evangelio, pero muchos carismáticos occidentales están viviendo menos sacrificialmente que en el pasado. Si nosotros somos triunfalistas, nos estamos jactando por la labor de otra gente. Deberíamos estar agradecidos si Dios usa a los cesacionistas para reprendernos antes de que nos volvamos más arrogantes; el uso que hizo Dios de Babilonia para juzgar la arrogancia de Judá fue mucho menos gentil.
La Brocha Gorda
Aunque yo nunca veo películas de horror, por primera vez pienso que yo puedo identificarme con la emoción que obtiene la gente al verlas. Leer la asombrosamente generalizada condena de MacArthur de toda la experiencia carismática fue tan exagerada que yo hubiera estado tentado a encontrarla entretenida si no hubiera sido por la posibilidad trágica que algunos lectores la aceptaran sin critica. (Como se señala más adelante, él sí hace excepciones para algunos de sus amigos, sino que los trata como idiosincrásicos y aparentemente como excepciones que prueban la regla; por ejemplo, p. 231ss.)
El objetivo de MacArthur es tan disperso que él sin saberlo ataca de exceso aun a muchos de sus compañeros críticos. Él practica la culpa-por-asociación en una forma tan indiscriminada, y algunas veces con tan poca investigación, que algunos estarían tentados de acusarlo de linchar compañeros creyentes. Las bases bíblicas para su defensa del cesacionismo rígido son tan frágiles que ellas apenas merecen desperdiciar espacio para criticarlas en esta reseña; yo también me he dirigido a éstas en otro lugar. Por ende me enfoco principalmenteen esta crítica generalizada.
La condena indiscriminada de MacArthur de cualquier asunto carismático es poco diferente de algunas condenas seculares intolerantes de todos los evangélicos por la conducta de algunos. Alguien propenso a generalizar podría incluso usar las ofensas en el libro para poner en la lista negra a todos los evangélicos, o todos los cristianos, usando la misma lógica que MacArthur usa contra el movimiento carismático completo. MacArthur se queja cuando foráneos extrapolan de escándalos que incluyen a muchos carismáticos a los evangélicos (p. 6), sin embargo él hace lo mismo al agrupar al “movimiento” carismático completo junto.
Mientras que MacArthur está feliz de citar el estudio de Pew Forum acerca de los pentecostales y los carismáticos que aceptan la enseñanza de la Prosperidad, él por alguna razón ignora que el mismo estudio afirma que estos grupos tienen mayor probabilidad que otros de afirmar que Jesús es el único camino de salvación y compartir su fe cristiana con no creyentes. Esto es, MacArthur quiere enfatizar un evangelio falso, pero no que los carismáticos están entre los más evangélicos de los evangélicos en muchos lugares.
– Ejemplos de la Brocha Gorda
Especialmente (aunque no exclusivamente) en su introducción, MacArthur trata al movimiento carismático como satánico y dañino para la iglesia como un todo. Que él pretende que su crítica aplique al movimiento como un todo, en todas sus formas, es aclarado en la segunda nota del libro (p. 263 n. 2): “A lo largo de este libro, las tres olas del movimiento moderno pentecostal y carismático generalmente se tratan en conjunto con el término amplio carismático, como una forma de referirse a la totalidad del pentecostalismo clásico, la renovación carismática y la Tercera Ola.”
Él afirma que (p. xi) “Es por eso que las muchas payasadas irreverentes y las doctrinas torcidas que se han infiltrado en la iglesia por el movimiento carismático contemporáneo son igual (o incluso peor) al fuego extraño de Nadab y Abiú.” Él también afirma (p. xiii) que “El movimiento carismático moderno” atribuye “la obra del diablo al Espíritu Santo.” Él habla con un poco más de restricción meramente de (p. xvi) “millones de carismáticos” quienes adoran a un falso espíritu; a éstos él los compara con los israelitas idólatras que Dios mató en Éxodo 32.
MacArthur condena no simplemente ciertos movimientos teológicos; él atribuye el ejercicio de dones espirituales sobrenaturales a Satanás (p. xiii). Además, él vincula la práctica carismática de las lenguas con la de “médicos vudús” y grupos heréticos (p. 137), habiendo tratado de descartar cualquier vínculo entre las lenguas carismáticas y el Nuevo Testamento. Sin embargo esas lenguas sectarias no están bien testimoniadas en el primer siglo, cuando surgieron las lenguas bíblicas, y MacArthur descuida la ocurrencia de las lenguas en la historia posterior de la iglesia antes del pentecostalismo moderno (por ejemplo, en un avivamiento cristiano autóctono en India en los 1860s), excepto por aquellos (tales como los jansenistas) que considera herejes (p. 137).
Su tratamiento de las lenguas como demoníacas es lamentable. Puesto que él descarta como subjetivas las afirmaciones carismáticas que dicha oración les ayuda a sentirse más cerca de Dios, él descartaría mi propia afirmación a este efecto también – pero yo sí creo que la renovación espiritual interna que yo experimento cuando oro en lenguas me fortalece en mi trabajo para el reino.
Yo primero experimenté las lenguas dos días después de mi conversión del ateísmo, mientras adoraba al Dios que me salvó; yo no había recibido ninguna enseñanza acerca de las lenguas y no sabía que había un nombre para ello. Yo fui ordenado después como un ministro bautista en 1990 y ministro mucho más a menudo en círculos no-carismáticos que en los carismáticos. Sin embargo en esos círculos, yo encuentro que muchos de mis colegas (bautistas, metodistas, presbiterianos y similares) oran en lenguas, tienen testimonios de sanidades sobrenaturales, y similares. Un amigo erudito cercano que no ha tenido esas experiencias, un colega en otro seminario, me dijo que a él le gusta contratar carismáticos como colegas de facultad porque ellos tienden a ser más ortodoxos y con más celo. Ninguno de nosotros a los cuales me he estado refiriendo calza con las características que MacArthur atribuye al “Movimiento Carismático.”
En la opinión de MacArthur, el espíritu detrás del movimiento “representa una enorme piedra de tropiezo en lo que concierne al verdadero crecimiento espiritual, el ministerio y el hecho de ser útiles.” (p. 82).Yo no puedo más que ver estas afirmaciones como seriamente desinformadas; la guía directa del Espíritu e incluso la sanidad en respuesta a la oración me han ayudado a guiar a la gente a Cristo. Si el evangelio que yo predico – salvación del pecado a través de la fe en el Señor Jesucristo crucificado y levantado – no es el evangelio verdadero, yo no sé cómo se llamaría.
– ¿Carismáticos una secta?
MacArthur sí reconoce (p. 81) que “hay personas sinceras en el movimiento carismático que, a pesar de la corrupción sistémica y la confusión, han llegado a comprender las verdades necesarias del evangelio.” Sin embargo, apelando al respeto por nuestros antecesores evangélicos, él nota (p. xv) que a principios de 1900s, los conservadores en su mayoría vieron a los pentecostales como una secta, y que (p. xiv) “En generaciones anteriores, el movimiento carismático pentecostal habría sido etiquetado como herejía.” (MacArthur está indudablemente infeliz que Billy Graham dio la bienvenida a los pentecostales en el redil evangélico, que la mayoría de miembros en la Asociación Nacional de Evangélicos son pentecostales, que alrededor de la mitad de los evangelistas itinerantes en la conferencia de Billy Graham de 1983 en Ámsterdam eran carismáticos, que los pentecostales han servido como presidentes y decanos en seminarios evangélicos, y así sucesivamente.)
Uno tiene la impresión que MacArthur prefería la anterior visión conservadora acerca de los pentecostales. Aunque uno podría esperar que MacArthur apreciara el ferviente evangelismo pentecostal en la Mayoría del Mundo, él niega que estén propagando el evangelio genuino, salvador. Por lo tanto (p. xvii): “el evangelio que está conduciendo a esos números no es el verdadero evangelio y el espíritu detrás de ellos no es el Espíritu Santo. Lo que estamos viendo es, en realidad, el crecimiento explosivo de una iglesia falsa, tan peligrosa como cualquier secta o herejía que haya atacado al cristianismo. El movimiento carismático fue una farsa y un engaño desde el principio y no ha cambiado a algo bueno.”
Al explicar qué tan propensos son los carismáticos a la herejía, MacArthur nota que los católicos carismáticos, Pentecostales Unicitarios, y creyentes de la Prosperidad en conjunto hacen “una gran mayoría dentro del movimiento carismático moderno” (pp. 52-53). MacArthur descarta automáticamente como herejes un quinto de carismáticos que son católicos, porque él condena la misa y la veneración de María por idolátrica y argumenta que los católicos niegan la justificación por la fe (p. 49).
Otros evangélicos han debatido estos asuntos más a fondo de lo que yo puedo aquí, pero por supuesto no hace falta decir que muchos líderes evangélicos actuales difieren de las conclusiones de MacArthur. Con el interés de evitar desviarnos, yo no debería ni siquiera abrir esta lata de gusanos. Sin embargo, nosotros somos justificados por la fe en Cristo, no por fe en la justificación por la fe; por lo tanto, debería de ser posible para mucha gente confiar en Cristo como su salvador sin entender la doctrina de su iglesia o incluso la explicación de Pablo. Yo sospecho que si el Espíritu de Dios se moviera sólo entre aquellos cuya teología reflejara perfectamente la suya, para empezar ninguno de nosotros podría ser llevado a su verdad. Si porque nosotros dependemos solamente en Jesús como salvador, es hereje creer que uno debe pertenecer a la iglesia Católica para ser salvo, entonces creer que uno debe pertenecer a la iglesia Protestante para ser salvo es también hereje.
Él también rechaza la fe de la minoría de Pentecostales Unicitarios o “unitarios,” quienes él estima como 24 millones en todo el mundo (un cuarto de los pentecostales de EE.UU.; pp. 49-50), quizás 5 por ciento de los carismáticos globales. Sin embargo los grupos pentecostales trinitarios como las Asambleas de Dios enfatizan la trinidad en su declaración doctrinal de una forma más elaborada que lo que lo hacen la mayoría de otros evangélicos, parcialmente en reacción contra los modalistas. Mi experiencia en las escuelas de las Asambleas de Dios fue que los bautistas eran vistos como los aliados más cercanos que los más sospechosos modalistas. No obstante, yo sé de muchas conversaciones con ambos Pentecostales Unicitarios y cristianos trinitarios que en la práctica, la mayoría de cristianos ordinarios desafortunadamente no están educados lo suficiente teológicamente para saber la diferencia entre tres personas y tres “modos.” Además, si uno quisiera manchar a todos los pentecostales por descuido teológico porque algunos pentecostales (para consternación de otros pentecostales) son modalistas, uno podría también ser tentado a manchar a todos los cesacionistas debido a los arianos, aunque firmemente inerrancistas, cesacionistas Testigos de Jehová.
– Teólogos carismáticos/continuacionistas
MacArthur se queja (p. xv) que “En la historia reciente, ningún otro movimiento le ha hecho más daño a la causa del evangelio, distorsionado la verdad y sofocado la expresión de la sana doctrina.” Aunque nosotros mismos carismáticos no todos estamos de acuerdo en cómo se ve “la teología carismática”, aparte de no ser nosotros cesacionistas, MacArthur acusa (p. xv) que “La teología carismática ha convertido a la iglesia evangélica en un pozo negro de errores y un caldo de cultivo para los falsos maestros.”
Razonando circularmente – donde cualquier contribución carismática es descartada como error – él argumenta (p. xvi) que “la teología carismática no ha hecho ninguna contribución a la verdadera teología o la interpretación bíblicas…” “La interpretación bíblica verdadera, la sana doctrina y la teología histórica,” él advierte (p. 113) “no le deben nada al movimiento, a menos que una afluencia de errores y falsedades pueda ser considerada una contribución.”
MacArthur no está diciendo que nadie carismático haga esas contribuciones, sino que las contribuciones no son porque ellos sean carismáticos. Yo no puedo hablar por todos los eruditos carismáticos, pero mi experiencia carismática ciertamente me ha ayudado y ha fortalecido mi fe en tiempos de retos intelectuales – posiblemente en algunas formas que pueden haber hecho una diferencia decisiva en por qué todavía soy todavía creyente. También me ha ayudado a apreciar con mayor sensibilidad algunas descripciones de experiencia espiritual en la Biblia, al igual que la experiencia con las iglesias en casas, los creyentes en la Mayoría del Mundo, judíos mesiánicos (y otros círculos judíos) y demás me han ayudado a escuchar aspectos de los textos con mayor sensibilidad.
En cuanto a la experiencia carismática que ha contribuido a mi trabajo erudito, ha habido tiempos cuando he sentido que Dios me habló acerca de cuál debería ser mi siguiente proyecto académico. En un caso, antes de que yo pudiera contactar a la editorial que yo me sentí guiado a contactar, ellos me contactaron a mí y me pidieron escribir un comentario acerca del mismo libro que yo me había sentido guiado a escribir en oración. De otra manera, yo probablemente hubiera rechazado esa propuesta de proyecto por lo ocupado que yo estaba. Ciertamente los intereses carismáticos de Gordon Fee, Michael Brown, y muchos otros eruditos carismáticos han dado forma al enfoque de su trabajo. (Nuestras conclusiones, basadas en sólida exégesis, sin duda podrían haber sido alcanzadas por otros, pero los intereses se formaron donde hemos hecho algunas contribuciones.)
Pese a las fuertes afirmaciones, MacArthur se enfoca en los ejemplos más extremos o cuestionables, y evita condenar explícitamente algunas de las voces más balanceadas; él incluso cita en apoyo de su crítica a algunos “pensadores carismáticos.” Yo aprecio su selectividad en esta forma; los maestros más balanceados usualmente escapan a su nombrada crítica. El problema es que los lectores, y aparentemente MacArthur mismo, ve los ejemplos extremos y cuestionables como representativos, basados en estadísticas (discutidas anteriormente) acerca de lo que se cree que la mayoría de los carismáticos creen.
– Escándalos versus los amigos de MacArthur
MacArthur trata de encontrar el justo balance entre reconocer la ortodoxia de sus amigos reformados continuacionistas (él parece menos dispuesto a eximir a los continuacionistas no-reformados) y condenar a la mayoría de los carismáticos debido a escándalos visibles. MacArthur tiene la información correcta pero yo creo que tiene el balance incorrecto: la inmoralidad no caracteriza a la mayoría de los pentecostales.
MacArthur correctamente admite (p. 59) que “las irregularidades financieras y los fracasos morales pueden surgir de vez en cuando incluso en las más sólidas de las iglesias.” No obstante, él acusa, aquellos que afirman tener el Espíritu deberían tener menos de éstas, sin embargo tienen más. Personalmente, yo sospecho que lo que los pentecostales quieren decir por el empoderamiento del Espíritu es especialmente para el ministerio (evangelismo y dones), y que el poder espiritual para la pureza está igualmente disponible entre todos los creyentes. No obstante, los escándalos son naturalmente más públicos entre las figuras más públicas, quizás especialmente entre muchos tele-evangelistas sin una base apropiada. La mayoría de tele-evangelistas ha sido carismática, y la inclinación anti-intelectual mencionada anteriormente a menudo ha mantenido la formación bíblica y algunas veces la consejería lejos de ser apropiadamente valorados. Aquellos que se enfocan en la auto-promoción rara vez tienen mucho tiempo para la exégesis cuidadosa, aún si ellos tienen la formación para hacerlo. En su libro Yo Estaba Equivocado (I Was Wrong), Jim Bakker admitió que a la altura de PTL, él no tenía mucho tiempo para leer su Biblia, y él luego reconoció que su enseñanza anterior acerca de la prosperidad contradecía el mensaje de Jesús.
En las pp. 60-64 MacArthur ofrece una larga lista de escándalos de figuras carismáticas y pentecostales a lo largo de los años. Algunas de estas afirmaciones representan alegatos que nunca fueron probados, por lo que su inclusión es algo así como un chisme. La mayoría, sin embargo, son genuinas, y algunas representan pecado de largo plazo, racionalizado. Nuevamente, la mayoría de éstos son de ministros muy visibles sin supervisión; las cifras de los escándalos serían diferentes para el pastor promedio en, digamos, las Asambleas de Dios, donde la infidelidad sexual es tratada muy estrictamente.
Estas figuras deberían servir como advertencia para todos los que estamos en el ministerio (cf. Mat 24:45-51), pero MacArthur desafortunadamente extrae la moraleja equivocada. Él acusa (p. 65) que el comportamiento escandaloso está enraizado en la enseñanza falsa acerca del Espíritu Santo. Las creencias falsas acerca de lo que significa la “unción” puede jugar un papel en algunos casos, pero ese comportamiento está mucho más generalizado que en los carismáticos prominentes y está enraizado más plenamente en la pecaminosidad humana. Las tentaciones nos afligen a todos nosotros, y la Biblia nos da ejemplos de fallas morales no relacionadas con la enseñanza acerca del Espíritu Santo, incluyendo a Jefté, Sansón, y David, la negación de Pedro, y semejantes.
Pese a pintar el espíritu carismático y por ende a la mayoría de los carismáticos con la brocha de estos escándalos, MacArthur explica (p. 231) que “no considero a mis amigos continuacionistas como individuos de la misma clase que estos charlatanes espirituales…” Él reconoce (p. 232) que “muchos continuacionistas evangélicos han condenado con valentía ciertos” la enseñanza de la Prosperidad. Aquí hay una salvedad muy importante, una que no es realmente consistente con la condenación de todo el “Movimiento Carismático.” Sin embargo hay muchos más carismáticos como los amigos continuacionistas de MacArthur que los que él reconoce.
– Uso Selectivo de la historia
El acercamiento selectivo de MacArthur a la historia pretende fundamentar su enfoque. Sin embargo su apéndice sobre la historia de la iglesia, si intentaba ser representativa, selecciona solo afirmaciones que concuerdan con él. Sí, los cesacionistas existieron; pero no todos los creyentes ortodoxos han sido cesacionistas. Ireneo, Orígenes y Tertuliano todos declararon testimonios de sanidades y exorcismos. El historiador Ramsay MacMullen muestra que estos tipos de experiencias constituyeron la principal causa de conversión cristiana en el tercer y cuarto siglo.
MacArthur cita a Agustín como defensor del cesacionismo (pp. 252-53) sin señalar que más tarde cambio de opinión e informó de numerosos milagros, incluyendo levantamientos de muertos y algunas sanidades de las que él presenció personalmente. John Wesley valoró pesar la profecía más que rechazarla, informa de sanidades, y ofrece su propio informe de primera mano de lo que él creyó que era un levantamiento de entre los muertos. Líderes evangélicos de finales del siglo diecinueve como el Bautista A. J. Gordon (por quien el seminario teológico Gordon-Conwell es nombrado) y A. B. Simpson, fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, fueron continuacionistas y relataron informes de curación.
Como fue señalado anteriormente, MacArthur enfatiza (p. xv) que a principios de los 1900s los conservadores en su mayoría veían a los pentecostales como una secta. Conforme los evangélicos no carismáticos comenzaron a conocer a los pentecostales, sin embargo, sus opiniones comenzaron a cambiar, y por buenas razones. En este punto, sin embargo, MacArthur desea volver atrás el reloj.
Dando a entender compromiso con la teología liberal, él señala (p. xv) que en los 1960s los carismáticos se propagaron en las principales denominaciones “que habían abrazado el liberalismo teológico y ya estaban muertas espiritualmente.” De hecho, esto es una caricatura, porque muchos cristianos comprometidos se mantuvieron en algunas de estas denominaciones (habían algunos en el prototipo de la iglesia “muerta” en Apoc 3:4); una década más tarde, yo discutí el evangelio con muchos de ellos. Muchos pentecostales de esa era, sin embargo, compartieron el prejuicio de MacArthur; David du Plessis, quien en última instancia salvó la brecha, él mismo inicialmente fue reacio a acercarse.
MacArthur denuncia (p. xv) que “el experiencialismo emocional del pentecostalismo” desató el crecimiento en estas iglesias. De hecho un énfasis renovado en el evangelio y el evangelismo tuvo mucho más que ver con esto. En la mayoría de estas denominaciones, los carismáticos han estado entre las fuerzas evangélicas más fuertes, por lo menos en los casos donde se han sentido bienvenidos a permanecer.
MacArthur se queja que Parham fue el fundador del pentecostalismo, señalando que ésta es una fuente dudosa para el movimiento (pp. 26-27). Los cargos morales contra Parham, nunca probados, pueden surgir de la enemistad de W.G. Voliva, conocido por haber planteado cargos semejantes contra otros rivales. Muchas de las perspectivas de Parham, por el contrario, fueron bastante problemáticas, y hay razones por las cuales los pentecostales hoy en día a menudo recurren a otras figuras tempranas en el movimiento (tales como William Seymour o William Durham) más representativas. Parham jugó un papel fundamental en el punto de vista que las lenguas eran la evidencia del bautismo en el Espíritu, pero el énfasis mayor del movimiento en las misiones empoderadas por el Espíritu pertenecía a la corriente radical del evangelicalismo del cual surgió. Su rápido crecimiento entre las Iglesias de Santidad también calza con su búsqueda más amplia del derramamiento espiritual de la época.
“Si el Espíritu Santo quiso recrear el día de Pentecostés,” MacArthur desafía (p. 27, énfasis en el original), “¿sería esta realmente la forma en que lo haría?” ¿Por qué no? Jesús no escogió escribas teológicamente astutos como discípulos; Pedro era un pecador (Luc 5:8) y Pablo era un perseguidor (Hch 9:4). ¿Qué tipos de vasos falibles usó Dios en el AT? No sólo personas moralmente exitosas tales como José y Daniel, sino también personas que fallaron después de su llamado, tales como Jefté, Sansón y un rey llamado David. Líderes principales y figuras iniciales en algunos otros avivamientos, tales como el Avivamiento en Gales (Evan Robert aparentemente sufrió crisis emocionales) el avivamiento de 1960s en Indonesia, tuvo algunos serios problemas personales. Whitefield y los Wesleys se diferenciaban en puntos de doctrina sin embargo Dios usó a ambos para traer avivamiento fructífero en los 1700s.
Aunque señala el valor de los reformadores, MacArthur también correctamente enfatiza (p. 213) que el avivamiento no fluyó de ellos sino de la palabra de Dios. Los movimientos del Espíritu no están limitados a la fragilidad de sus recipientes. Lutero se convirtió en un virulento anti-semita cuya retórica más tarde proveyó leña para el Tercer Reich, pero esto no disminuyó lo que Dios logró a través de él. A Dios a menudo le gusta recordarnos que lo que él hace no es acerca de nosotros sino acerca de Él mismo. Aparte del único humano quien es también el Dios encarnado, los humanos no son los héroes del relato de los hechos de Dios en la historia.
MacArthur puede estar en lo correcto al enfatizar (pp. 28-30) las ideas del muy citado trasfondo en el Nuevo Pensamiento de la Palabra de Fe a través del maestro no-carismático E. W. Kenyon. (Que Kenyon fue la fuente para algunas de las enseñanzas de Palabra de Fe está fuera de discusión.) Pero mientras que yo no deseo arriesgarme a ser visto como defensor de la teología de la Palabra de Fe, investigación más reciente ha subrayado algunas otras, fuentes históricas más directas de las enseñanzas. Pese al acercamiento más balanceado de A. J. Gordon, algunas perspectivas evangélicas sobre la sanidad en la expiación a finales del siglo diecinueve llevaron a “afirmar” la sanidad por fe (construyendo en el acercamiento de Phoebe Palmer y otros quienes enfatizaban la aceptación de la obra terminada de Cristo espiritualmente por fe). La enseñanza de la Prosperidad tomó de corrientes culturales más amplias, como fue la del ateo Andrew Carnegie El Evangelio de la Riqueza (1889) así como del más positivo modelo de misiones de fe que confiaba en Dios para su provisión (modelado por George Mueller, Hudson Taylor y otros). La enseñanza de la Prosperidad distorsiona antecedentes positivos tal como Mueller, pero no debemos ignorar antecedentes históricos que no son negativos.
La afirmación, entonces, que (p. 31) Parham y Kenyon “son los responsables de las bases teológicas sobre las que el sistema carismático completo está construido,” es cuestionable. Lo que muchos verían como elementos más importantes de la teología carismática, especialmente el no practicar el cesacionismo, muestra la influencia histórica de evangélicos radicales tales como A. J. Gordon y especialmente A. B. Simpson, e influencias tempranas tales como la de Johann Christoph Blumhardt.
Cesacionismo de MacArthur
Como yo me he dirigido a la continuación de los dones espirituales en mucho más completo detalle en mi libro Don & Dador (Gift & Giver, publicado por Baker, 2001) Yo me enfocaré aquí en sólo unos pocos puntos planteados por MacArthur, sin elaborar en la abundante evidencia bíblica para los dones.
– Sanidades
Los cesacionistas blandos no tienen ningún problema con el que Dios haga milagros hoy cuando él escoja hacerlo, y dichos milagros no ocurren sólo en círculos carismáticos. (Contrario a cierta prensa que ha recibido, mi libro acerca de milagros desafió el anti-sobrenaturalismo, no el cesacionismo. La documentación para muchos casos que yo cito más adelante, sin embargo, aparece en ese libro.) Yo no estoy aquí desafiando el cesacionismo blando sino lo que parece ser el cesacionismo más rígido de MacArthur.
Contrastando informes modernos de sanidades, MacArthur afirma (pp. 170-71) que las sanidades genuinas, aquellas de la Biblia, eran “innegables.” De hecho, mientras algunas curas, tales como sanidad de la ceguera o parálisis o levantamiento de los muertos, puedan ser obvias, otras, tales como la sanidad de un flujo de sangre, pueden no ser tan obvias a espectadores. Los evangelios detallan algunos de los casos más obvios, pero indudablemente muchos que vinieron a Jesús vinieron por el rango de condiciones por las que la gente viene hoy en muchas partes del mundo.
La mayoría de los innegables y obvios casos en los evangelios tienen muchos paralelos hoy, si los observadores están dispuestos a aceptar los mismos estándares de evidencia. Testigos cristianos de conocida integridad aseguran sanidades instantáneas de ceguera y levantamiento de los muertos; yo he entrevistado a muchos de estos testigos, y conozco a una cantidad de ellos muy de cerca. Estas sanidades en el nombre de Jesús también a menudo entre no-cristianos (es decir, no sólo en las reuniones de sanidad públicas que MacArthur critica).
Si MacArthur niega las afirmaciones de los testigos, él también apoya los desafíos muy epistémicos que hacen los escépticos contra el confiar en la base de las afirmaciones de milagros en la Biblia. Hoy, de hecho, nosotros algunas veces tenemos documentación médica, la cual estaba naturalmente ausente en los casos bíblicos. Nosotros también tenemos informes sólidos de millones de personas quienes se han convertido al cristianismo de contextos completamente no-cristianos, en China y en otros lugares, porque ellos estaban convencidos que ellos o alguien cercano a ellos fue sanado a través de la oración en el nombre de Jesús.
Si uno argumenta que aquellos levantados en la actualidad quienes estaban fríos, tiesos, no respiraban durante muchas horas, y tenían sus ojos en blanco no estaban genuinamente muertos, ¿cómo sabe uno que la hija de Jairo, que no respiraba sólo por un corto tiempo, estaba genuinamente muerta? Nosotros podemos decir, “Porque la Biblia lo dice,” pero mi punto es que el tipo de escepticismo que se aplica contra las fuertes afirmaciones de milagros hoy es precisamente el mismo acercamiento usado para desafiar la Biblia. Hume usó el descarte temprano de evidencia de testigos oculares de milagros del cesacionismo rígido para desestimar los milagros bíblicos también, y otros escépticos han seguido inmediatamente. El acercamiento evangélico continuacionista de finales del siglo diecinueve reconoció la importancia de la consistencia al manejar evidencia. Un cesacionista rígido quien no quiere que otros descarten el testimonio de testigos oculares del primer siglo no deberían descartarlo a priori hoy, siempre buscando maneras de evitar toda la evidencia.
Si por cesacionismo uno quiere decir simplemente que Dios no siempre hace las cosas de la forma que lo hizo en los evangelios y Hechos, yo supongo que yo (y muchos otros continuacionistas) seríamos considerados cesacionistas. Yo no creo que Jesús sane a todos quienes oran por sanidad en todas partes. Sin embargo Dios tampoco hizo las cosas de la misma manera a lo largo de la historia bíblica, pero era más generoso con señales que rodeaban ciertos acontecimientos que otros. La venida de Jesús fue el evento clave, y en Hechos nosotros vemos que otro “acontecimiento” clave acompañado por señales es la predicación del evangelio. MacArthur señala que “las sanidades autenticaron un verdadero mensaje” (p. 173). Eso es correcto: y conforme ese mensaje verdadero continúa yendo hacia adelante, Dios a menudo continúa autenticándolo.
Lejos de ser Hechos un mero registro histórico de una autenticación anterior, éste nos lleva a esperar que las sanidades puedan continuar, como lo hicieron aún en el capítulo final de Hechos (Hch 28:8-9). Relatos de testigos creíbles alrededor del mundo (no sólo aquellos que MacArthur podría fácilmente descartar por extremos) sugieren que dichas sanidades de hecho continúan. Yo mismo he sido testigo algunas veces.
En mi opinión, MacArthur también confunde los “dones de sanidades” de Pablo para la iglesia, los cuales no están realmente descritos en la Escritura, con los signos más visibles en los contextos evangelísticos en Hechos (p. 245); pero no es prudente desviarse aún más lejos.
– Profecía y revelación
MacArthur confunde profecía con canon, una confusión que distorsiona su tratamiento de la profecía. Él supone que “Si el Espíritu aún estuviera ofreciendo revelación divina, ¿por qué no habríamos de recogerla y agregar esas palabras a nuestras Biblias?” (p. 69). La creencia en nuevas revelaciones, él arguye, “niega tácitamente la doctrina de la sola Scriptura” (p. 242).
La confusión de MacArthur en este punto lo lleva a acusar a la gente de herejía a través de su propia incomprensión. Así cuando Jack Deere argumenta que Satanás desarrolló una doctrina “que enseña que Dios ya no nos habla excepto sino mediante de la Palabra escrita,” MacArthur entiende que él llama “la suficiencia de la Escritura como una doctrina demoníaca” (p. 69) – algo que Deere no dice, por lo menos donde MacArthur lo cita. Sin embargo la Escritura en ninguna parte dice que Dios ha dejado de hablar, un acercamiento que en realidad contradice lo que esperaríamos del patrón en la Escritura. Por lo tanto si MacArthur quiere atribuirse su propio punto de vista en este punto al Espíritu (en lugar que Satanás, como Deere sugiere) ¡MacArthur debe encontrarse en la curiosa situación de construir su teología en este punto en una revelación posbíblica!
Aunque la Escritura y la profecía se traslapan en algunos casos, éstas no realizan de otra manera la misma función. La continuación de la profecía no está opuesta a un canon fijo, y la perspectiva de MacArthur de su oposición hace eco de la tradición posbíblica más que de la Escritura misma. La profecía, como la historia, canciones de alabanza, o leyes, es meramente un género en la Escritura, y no es en absoluto coextensiva con ella. La mayoría de las profecías en los tiempos bíblicos no aparecen en la Escritura: así, por ejemplo, leemos de un centenar de profetas cuyas profecías no están registradas en ninguna parte (1 Re 18:13), y múltiples profecías en reuniones semanales de la iglesias en casas (1 Cor 14:29-31) que en las décadas iniciales del cristianismo temprano pueden haberse contado en las decenas de miles. La profecía, entonces, podría ocurrir independiente de la Escritura; la revelación en ese sentido más amplio nunca estuvo limitado a la Escritura.
El significado de “canon” no es todo lo que Dios haya dicho, sino la crítica vara de medir acordada para evaluar otra revelación. Además, cuando hablamos de Dios hablando hoy la mayoría de nosotros estamos hablando no de una nueva doctrina, sino de intimidad personal con Dios o guía personal de Él. El descubrir el llamado propio o dónde uno debería asentarse en el ministerio por lo menos algunas veces incluye estar abierto a la guía subjetiva por el Espíritu, incompleto como es esto.
El depender de Dios para dirección personal, algunas veces a través de sentir una guía interna, no es lo mismo que inventar una nueva doctrina posbíblica. En contraste, el cesacionismo es una doctrina posbíblica que debe explicar cómo el patrón completo de revelación bíblica es irrelevante para apoyar su perspectiva del estado presente, diferente, posbíblico, sin ninguna advertencia bíblica, del cambio posbíblico. ¿Cuál acercamiento, uno podría preguntarse, arriesga promover una enseñanza no-bíblica?
Desafortunadamente, en mi opinión el mejor argumento para el cesacionismo son los carismáticos extremos; ciertamente haría las cosas más ordenadas si pudiéramos rechazar todas las profecías. Al mismo tiempo, esto podría también ahorrarnos la necesidad de usar el discernimiento si pudiéramos rechazar toda enseñanza porque sabemos que algunas enseñanzas son falsas. MacArthur alega que la profecía posterior al cierre del canon niega la suficiencia de la Escritura (p. 116). ¿Es que la profecía antes del cierre del canon, no registrada específicamente en la Biblia, niega la suficiencia de la Escritura previa, puesto que no estaba agregando a ella? Esto es mezclar manzanas y naranjas, diferentes formas de la guía de Dios para diferentes propósitos. Más relevante al asunto de doctrina, y por ende a la suficiencia de la Escritura, sería si las explicaciones de la Escritura, tales como los comentarios, niegan que la Escritura es suficiente por sí misma sin ellas. Puesto que MacArthur y yo escribimos comentarios, yo asumo que nosotros ambos contestaríamos, No, pero debería estar claro que alguien dado a la polémica podría ampliar la gama de objetivos.
El modelo del Nuevo Testamento para creyentes no es rechazar toda la profecía sino discernir lo que es correcto de lo que es incorrecto (1 Cor 14:29; 1 Tes 5:20-22). Del contexto en 1 Corintios, esta práctica debe incluir que los creyentes dentro de la congregación sopesen las profecías. MacArthur aplica las exhortaciones de Pablo para probar la profecía para distinguir los profetas verdaderos de los falsos, los últimos siendo charlatanes y engañadores (pp. 124-25). Parece, sin embargo, inconcebible que las iglesias caseras rara vez tenían más de cuarenta personas necesitaran regularmente probar a los falsos profetas; ¿cuántos falsos profetas habrían permanecido después de varias semanas de quitar las malezas?
MacArthur también argumenta acerca de que juzgar la profecía ahora sólo aplica para evaluar la enseñanza, puesto que él cree que la profecía ha cesado (p. 126). Por supuesto, si él permite tan poco margen para la enseñanza errónea como él permite para la profecía errónea, muy pocos pastores podrían permanecer en el ministerio. (Continuacionistas podrían incluso argumentar que este estándar podría excluir a los cesacionistas rígidos, pero que este es otro asunto.) ¿Por qué podría la profecía requerir evaluación?
– Limitaciones Proféticas
Muchos de los ejemplos modernos de MacArthur son evidentemente falsa profecía. Pero él está tan decidido a citar la norma perfecta en Deut 18:20-22 que él descuida algunos otros aspectos de la profecía del Antiguo Testamento que apoyan el modelo del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, los profetas mayores algunas veces mentoreaban a los jóvenes; los profetas también ejercían diferentes niveles de autoridad (por ejemplo, Moisés y Samuel versus los “hijos de los profetas”). Más aún, la profecía era algunas veces figurativa y usualmente condicional, un patrón especificado por Jeremías (Jer 18:7-10; véase por ejemplo, Jon 3:4-10).
La profecía y la enseñanza están ambas limitadas en alcance; después de todo, nosotros tanto “conocemos en parte, y profetizamos en parte” (1 Cor 13:9). Así cuando Juan el Bautista escuchó de Jesús simplemente sanando en lugar de cumpliendo la profecía de Juan que Jesús bautizaría en el Espíritu y fuego, Juan cuestionó si Jesús era aquél que él había anunciado (Mat 11:3//Luc 7:19). Los profetas sabían suficiente para advertir a Eliseo que Elías estaba a punto de ser quitado de él, sin embargo a diferencia de Eliseo malinterpretaron lo que esto implicaría (2 Re 2:3, 5, 16-18). En Hch 21, los creyentes advirtieron a Pablo “a través del Espíritu” que no fuera a Jerusalén (Hch 21:4), sin embargo Pablo conocía más plenamente que Dios quería que él fuera a Jerusalén (cf. 21:13-14). En otras palabras, los cristianos con genuina aunque parcial visión del Espíritu la aplicaron erróneamente; el Espíritu estaba de hecho guiándolos pero el entendimiento de Pablo era más completo. Aún los profetas bíblicos cuyos escritos se volvieron parte de las Escrituras no vieron todos los detalles concernientes al cumplimiento de sus profecías (1 Pe 1:10-11). Ninguna de éstas advertencias justifican las profecías incorrectas que MacArthur relata, pero ellas son lo que quieren decir los continuacionistas cuando ellos hablan de que la profecía está limitada por los vasos finitos que Dios usa.
MacArthur va tan lejos como para comparar la profecía a las cartas del tarot o las tablas Ouija (p. 115) Atribuir la obra del Espíritu al diablo es un asunto peligroso (Mc 3:22, 29-30); aunque algunos profetas errantes merecen una severa crítica, MacArthur parece extender la crítica incluso a las voces más moderadas de Dios hablando, ya que él acaba de mencionar al autor Bautista del Sur, Henry Blackaby.
MacArthur puede ser genuinamente desconocedor de profecías que probaron ser asombrosamente precisas, pero yo podría proveer muchos ejemplos. Uno de los primeros que siempre viene a mi mente es que al menos tres profetas en el Congo profetizaron independientemente a mi esposa que ella algún día se casaría con un ministro blanco con un gran ministerio. En una de estas ocasiones, ella y la persona que profetizaba estaban ambas refugiadas en la selva tropical. No hace falta decir que no había mucha gente blanca alrededor.
Inmediatamente después ella y yo decidimos casarnos, cuando era todavía un secreto, alguien que yo conocía me llevó a un lado y señaló que Dios le había dicho a ella que yo ahora había encontrado mi futura esposa, y que no me preocupara que nosotros fuéramos de diferentes culturas y continentes. Yo podría enumerar muchos ejemplos más, pero sólo para decir: el discernimiento tiene más sentido que el rechazar todas las profecías porque algunas son falsas. Algunas enseñanzas son falsas, pero nosotros no rechazamos toda la enseñanza por esa razón; nosotros, por supuesto, no confiaríamos en un maestro cuya enseñanza es consistentemente falsa, pero tampoco rechazaríamos la enseñanza de otros cuya enseñanza es consistentemente precisa.
– ¿Cese de la profecía?
Pocos dudarían que el Espíritu puede hablar a nuestros corazones en el sentido general de recordarnos que nosotros somos hijos de Dios (Rom 8:16). Si uno no es un cesacionista en este punto básico, ¿por qué no aceptar que Dios pueda guiar a algunos a escuchar de Dios con mayor detalle? MacArthur acepta que Dios pueda guiar nuestros corazones, pero solo a través de iluminar la Escritura (p. 117). Él niega la guía del Espíritu conduciendo a creyentes individuales internamente y en p. 115 aun condena a Mi Experiencia con Dios (Experiencing God) de Henry Blackaby, una fuente de gran renovación en la iglesia.
Si tratara de contestar todos los argumentos individuales de cesacionismo rígido de MacArthur aquí seria tedioso. Yo me he referido a la cuestión de la continuación de los dones en otros lugares (en mayor detalle, véase mi Don y Dador = Gift & Giver), aunque para lectores de la Biblia de mente abierta no se requiere mucho argumento. Nadie, a quien se le diera una Biblia sin instrucción contraria, encontraría el cesacionismo ahí, y en muchas partes del mundo, los lectores de la Biblia a quienes se les enseñó el cesacionismo lo rechazaron porque no calzaba con lo que ellos encontraron en la Escritura. MacArthur rápidamente descarta (p. 236) como falto de “base exegética” la posible hipótesis de D. A. Carson acerca de las lenguas. Las hipótesis acerca de asuntos a los que no se les da forma en la Escritura inevitablemente sí les falta una completa base exegética; no obstante al cesacionismo no sólo le falta una base exegética, sino que contradice las normas que la Escritura nos invita a esperar.
Aún si fuéramos atrás al nivel del Espíritu del Antiguo Testamento, existían profetas verdaderos así como falsos. Desde la primera venida de Jesús, sin embargo, nosotros anticipamos un nivel aún más alto de la actividad del Espíritu. Hechos 2 declara que una nueva era empezó con la exaltación de Jesús; el Espíritu Santo es derramado, y el empoderamiento profético es parte de lo que nos marca como la comunidad de Dios. Esto marca el mismo período que invocar el nombre del Señor para salvación; negar que todavía estamos en esta era hoy requiere gimnasia hermenéutica, pues no es menos los “últimos días” ahora que lo que era entonces.
Además, pese a las protestas, 1 Cor 13:8-12 es claro acerca de cuándo los dones pasan – cuando veamos a Jesús cara a cara. MacArthur trata de hacer el pasaje ambiguo, argumentando que la sincronización no es el punto (p. 149). Desafortunadamente, afirmar simplemente que un pasaje claro es ambiguo no es un argumento, y ¡MacArthur no menciona que ciertamente no hay ningún pasaje el punto del cual sea el cese de los dones antes del final de la edad! De hecho, la Escritura no ofrece ninguna advertencia de esa supuesta nueva situación, que por lo tanto debería haber sido discutida, en el mejor de los casos, desde la historia de la iglesia. Sin embargo los dones continuaron en la historia de la iglesia; e incluso aunque no lo hubieran hecho, el patrón en la Escritura nos invitaría a buscarlos de nuevo.
Pablo advirtió a los corintios buscar la profecía y no prohibir las lenguas (1 Cor 14:39). MacArthur sostiene que este versículo es inaplicable a la profecía carismática y lenguas modernas, porque él considera éstas falsificaciones. Aún si todos los casos carismáticos modernos fueran falsos (y yo arguyo que no lo son), tomar este verso seriamente a la luz de la falta de evidencia bíblica que apoye el cesacionismo debería guiarnos a buscar el don verdadero de profecía en la actualidad. Del mismo modo, debería advertirnos a no suprimir las lenguas verdaderas cuando, como los no-cesacionistas nos guiarían a esperar, ocurrirían algunas veces. Esto es, aún si MacArthur estuviera en lo correcto de condenar a todos los carismáticos modernos (y yo arguyo que no lo está), él aún estaría equivocado al practicar el cesacionismo.
Si la Biblia es realmente nuestra única autoridad, entonces nosotros deberíamos seguir el modelo de experiencia personal con y escuchando de Dios que aparece regularmente a través de la Biblia. Eso no significa, contra algunos carismáticos, que estamos experimentando guía interna incesantemente; unas pocas, genuinas experiencias, clave a la par de la Escritura y sabiduría, puede ser suficiente para formar muchas de nuestras vidas en las direcciones correctas junto a la guía providencial de Dios. Pero la experiencia profética parece haber sido común en las iglesias de Pablo. Si alguna gente está haciendo esto en la manera equivocada hoy, esto no nos exime a nosotros de la responsabilidad de encontrar formas de hacerlo correctamente.
Reflexiones Finales
MacArthur ofrece algunos puntos de vista válidos, pero la falta de balance impide que su acercamiento sea tan constructivo como debería ser.
Cuando hablamos de “carismático,” nosotros estamos hablando de aquellos que abrazan los dones del Espíritu para la actualidad. Este elemento compartido no constituye técnicamente un movimiento o acuerdo común aún en puntos fundamentales, no más que la negación de los dones del Espíritu en la actualidad debe constituir un movimiento – puesto que esa es una creencia que MacArthur comparte con ateos y otros que niegan que el Espíritu existe. (Los Testigos de Jehová son cesacionistas en un sentido más estricto.) Si algunos círculos carismáticos no practican los dones verdaderos del Espíritu, la respuesta bíblica no es descartar todos los dones del Espíritu sino discernir lo verdadero de lo falso.
MacArthur ha abandonado la tarea del discernimiento al condenar todos los dones. Sin embargo en la era del Espíritu, la era desde el Pentecostés, esto no es así. Hechos 2 es bien claro que la era de la salvación es también la era cuando Jesús derrama su Espíritu en todo su pueblo para empoderarlo para profetizar. El círculo de MacArthur no puede y no afirma estar cumpliendo esta profecía. De hecho, sus interpretaciones eluden los mandatos bíblicos de “estar deseoso de profetizar” y no prohibir hablar en lenguas (1 Cor 14:39), así como de no rechazar las profecías sino probarlas (1 Tes 5:20-21).
Sus intentos de evadir la relevancia para la actualidad de estos mandamientos pertenecen a su sistema teológico más amplio de cesacionismo rígido. Este acercamiento socava el carácter dramático de la nueva era del Espíritu subrayado en el Nuevo Testamento para esta época entre las venidas de Jesús. Como tal, él defiende un sistema que va precisamente en contra de una evidencia primaria que los cristianos primitivos algunas veces citaban para sí mismos como el movimiento de los últimos tiempos del Mesías (por ejemplo, Hch 2:17, 33). Similarmente, como Robert Bruce Mullin ha mostrado, fue el cesacionismo rígido del cual tomaron los anti-sobrenaturalistas para descartar los milagros bíblicos así como posbíblicos, puesto que el carácter epistémico de la evidencia no era diferente. Nos guste o no, la amplia reacción violenta de MacArthur contra todos los carismáticos juega en manos de los enemigos de la iglesia ansiosos de negar toda la evidencia de actividad divina y ansiosos de subrayar la desunión de la iglesia.
Fuego Extraño ofrece algunos puntos muy necesarios, y muchos de nosotros podemos aprender de estas advertencias. Sin embargo, debido a que mancha a todos los que practican los dones carismáticos con las críticas apropiadas sólo a aquellos que abusan de ellos en última instancia se queda corto de traer corrección en una forma constructiva. Esperemos que otros asuman esta tarea en una forma más provechosa.
Craig Keener, uno de los mejores comentaristas del NT el día de hoy, se toma su tiempo para responder al libro de John McArthur. Yo he recibido mucha critica sobre mi posición en contra de la mala teología y exegesis, y sobre todo, el mal uso de la historia de McArthur y sus asociados. No solo Keener lo critica por lo mismo, sino que otros eruditos bíblicos. Cuando los que son autoridades mundiales del tema, uno tras otro, llama a la atención del lector los mismos errores de metodología, creo que el lector esta forzado a tomar caso de la critica, y a re-evaluar si lo que esta leyendo es lo correcto o no. Osea, no lo tomen porque yo lo he dicho, pues por lo visto, los que saben mucho mas que yo dicen lo mismo.
Gary Shogren ha publicado ( ¿traducido?) el articulo de Keener, y lo ha puesto disponible a la audiencia de habla Hispana. Me uno con Keener en su conclusión. McArthur hace una apropiada critica a los extremos, pero ha hecho los extremos la posición del movimiento Carismático/Pentecostal.
Que lo disfruten:
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Reseña de Fuego Extraño: El peligro de ofender al Espíritu Santo con adoración falsa, de John MacArthur. Reseña por Craig Keener. Entre muchos libros, el Dr. Keener es el autor del Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento.
Reseña de Fuego Extraño: El peligro de ofender al Espíritu Santo con adoración falsa, de John MacArthur. Reseña por Craig Keener. Entre muchos libros, el Dr. Keener es el autor del Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento.
Originalmente publicado en inglés en la revista Pneuma, 15 de noviembre 2013,http://pneumareview.com/john-macarthurs-strange-fire-reviewed-by-craig-s-keener/
[Nota: En América Latina usamos el término “carismático” para denominar a los católicos quienes tienen una orientación pentecostal. Keener y MacArthur lo usan con su sentido en inglés, de gente de cualquier denominación con una orientación pentecostal.]
Mientras que ofrece algunos puntos muy necesarios, Fuego Extraño de John MacArthur desafortunadamente extrapola de esos puntos a un “movimiento” completo. Como señalo más adelante, también creo que MacArthur suprime algo de la verdad bíblica sobre la base de una doctrina posbíblica, el mismo delito del que acusa a otros.
Sin embargo, hay mucho que se puede aprender de sus críticas; él ha traído de nuevo a nuestra atención algunos errores serios contra los cuales deben estar en guardia las iglesias carismáticas. Yo empiezo con algunos puntos de coincidencia en el libro y luego paso a puntos donde creo que MacArthur ha sobrepasado claramente los límites de la razón y civismo cristianos; ahí mi tono no puede ser tan conciliatorio.
Introducción
En el lado positivo, abordado primero en esta reseña, Fuego Extraño critica enérgicamente algunos puntos que han requerido censura muy pública. En este sentido, incluye algunos elementos que podríamos incluso llamar proféticos (aunque MacArthur mismo aborrecería la etiqueta). De hecho, aquellos que han abusado groseramente de la etiqueta carismática nos han intimidado a veces a nosotros los carismáticos acerca de la etiqueta, aunque afirmamos y practicamos los dones espirituales, algo que la Escritura enseña. (Cada etiqueta eventualmente es desviada, incluyendo “cristiano” y “evangélico”; quizá “continuacionista” le iría mejor.) Entonces de nuevo, como un carismático evangélico bautista, hay momentos cuando las actividades de ciertos bautistas o evangélicos me llevan a estremecerme también.
Si la crítica de MacArthur puede alertar a más carismáticos hacia la importancia vital de prestar atención a las críticas que los eruditos carismáticos han estado planteando por un largo tiempo, habrá cumplido un propósito beneficioso. Sin embargo, porque muestra tan poco discernimiento al condenar todo lo carismático, podría en cambio polarizar aún más a dos grupos de creyentes que necesitan mucho del aporte el uno del otro. Al redefinir dónde está el medio, puede hacer más cautelosos a algunos evangélicos acerca de los dones de lo que son actualmente, y puede hacer a algunos carismáticos más cautelosos acerca de los evangélicos de lo que ya son.
Alcanzando grandes objetivos
Muchos de los objetivos específicos de MacArthur necesitaban ser alcanzados. Por ejemplo, aunque los escándalos sexuales han sacudido todo desde la Iglesia Católica hasta algunas iglesias conservadoras reformadas, no se puede negar que los carismáticos muy públicos han traído a menudo gran vergüenza no sólo a los carismáticos sino al cristianismo en general (p. xiv). Debido a que los carismáticos carecen de alguna estructura de autoridad dominante, es difícil para cualquiera controlar lo que sucede entre algunos carismáticos. Pero los carismáticos sin duda no son inmunes al escándalo, y las celebridades (así como los objetivos de movimientos políticos rivales) son particularmente vulnerables a él (véase más comentarios sobre escándalos abajo).
Aunque MacArthur exagera extremadamente, algunos carismáticos tristemente sí calzan con el estereotipo que él pinta de hablar “incesantemente acerca de los fenómenos” y no mucho acerca de Cristo (p. xii). Los Evangelios y Hechos, por supuesto, enfatizan las señales, pero estas señales siempre honran a Jesús y buscan llamar la atención hacia Él. La adoración cristiana y la enseñanza deben atraer la atención más que todo hacia Jesús y su muerte por nosotros y su resurrección.
Además, a pesar de las advertencias de muchos líderes, hay círculos donde la gente cultiva particularmente la emoción y las respuestas físicas (cf. pp. 3-4). Ellos vienen de una tradición que ha venido a sustituir ese sentimiento por el Espíritu que una vez lo generó, en lugar de la actividad del Espíritu mismo. MacArthur se queja que muchos carismáticos “parecen reducir al Espíritu de Dios a una fuerza o un sentimiento.” (p. 5). Como Jonathan Edwards notó, las reacciones emocionales o físicas podrían acompañar la obra de Dios pero en otras ocasiones podrían ser falsas (p. 41); uno debería evaluar el avivamiento por otros criterios bíblicos. Aun así, MacArthur bota mucho más que Edwards. El contexto de su argumento sugiere que él tiene más que extremos en mente cuando él acusa (p. xiv) que “muchos pentecostales y carismáticos…han lanzado su teología a los fuegos de la experiencia humana y adorado al falso espíritu que resultó…” Más sobre este tema abajo.
Aunque la emoción y la celebración son bíblicas (en un mayor grado, yo creo, del que MacArthur hallaría confortable), muchos de nosotros hemos sido testigos de abusos a lo largo de los años a veces – gente tratando de reproducir los efectos del Espíritu más que sirviendo y adorando al Señor. La experiencia de una generación (o algunas veces los caprichos) se convierte en la tradición de la siguiente generación y el legalismo de la siguiente generación. No todo legado heredado de nuestros antecesores en el avivamiento (ya sean tradiciones carismáticas o el cesacionismo de MacArthur) es útil; es la palabra y el Espíritu lo que necesitamos.
– ¿Dioses cristianos?
Más sustancialmente, algunos maestros extremos de la Palabra de Fe sí promulgan enseñanzas que, por lo menos en apariencia, no pueden más que ser vistas como herejías, especialmente que los creyentes son dioses (correctamente notado en pp. 11-12). Pero ¿es que esas creencias de hecho “se han convertido en la regla” entre los carismáticos (p. 12)? Aquí yo creo que mi tamaño de la muestra debería ser suficiente para ofrecer un decisivo “No.” En mis treinta-y-ocho años como carismático, yo no pienso que haya escuchado a algún carismático que conozca personalmente repetir esta enseñanza extrema, incluyendo aquellos que han absorbido las enseñanzas de la Palabra de Fe.
Una herejía con la que yo me encontré, la cual tomaba asuntos más literalmente que lo que mencionó MacArthur, fue la doctrina de Los Manifiestos Hijos de Dios (o por lo menos su versión extrema con la que me encontré). Sus proponentes enseñaban que los vencedores por fe lograrían la inmortalidad antes del regreso de Cristo, convirtiéndose en “el Cristo de muchos miembros” en la tierra.
Una cosa yo sí sé y es que el Espíritu carismático que yo he experimentado no era compatible con esta enseñanza. En una ocasión yo retrocedí en mi interior cuando escuché a un orador invitado en una congregación no carismática enseñar sobre un tema completamente diferente. Yo sentí que él era portador del mismo espíritu que los maestros de los hijos manifiestos. Luego yo le pregunté si él había conocido a un cierto maestro de Los Manifiestos Hijos de Dios. “Sí,” él contestó, sorprendido. “Nosotros éramos buenos amigos.” Él mismo era un maestro de Los Manifiestos Hijos de Dios. El Espíritu que yo experimento regularmente en círculos carismáticos más sensatos claramente testifica contra esta falsa enseñanza. Las enseñanzas falsas existen, pero ellas no provienen del mismo Espíritu que ha abanicado la mayoría de avivamientos de los dones espirituales.
– Estudiando la Biblia
MacArthur con razón insiste que la base primaria para nuestra enseñanza debería ser la Escritura, y advierte contra el reemplazarla con tradición, cultura, o, como en algunos círculos carismáticos, experiencia. En algunos lugares, los carismáticos son entre los cristianos, los más fieles a las Escrituras; a menudo ellos también buscan volver a la Biblia mucho más que lo que el propio cesacionismo rígido de MacArthur lo permitiría. Sin embargo, muchos de nosotros estamos familiarizados con círculos carismáticos donde los testimonios y supuestas revelaciones suplantan la enseñanza bíblica más que apoyarla. Una carismática (aunque, en el transcurso de los años, sólo una) me dijo que ella recibía sus propias revelaciones así que ella no estaba muy interesada en las que ya estaban en la Biblia. (Como era de esperar y dolorosamente, este acercamiento pronto se vino abajo para ella.)
En casos como éste, la advertencia de MacArthur es importante. De hecho, mucho más ampliamente (y no sólo en círculos carismáticos), mayor comprensión y exposición más fiel de la Escritura es esencial.Pablo exhorta a Timoteo a no descuidar el don que él recibió a través de la profecía cuando los ancianos impusieron manos sobre él (1 Tim 4:14). Pero él también insta a Timoteo a dedicarse a la lectura pública y exposición de la Escritura (4:13), porque su enseñanza sería algo de vida o muerte para sus oyentes (4:16). El descuido de la enseñanza bíblica sólida en algunos círculos no excusa la reacción exagerada de aquellos que rechazan la profecía legítima en otros (véase discusión abajo). Sin embargo, hay una razón por la cual Dios nos diera una Biblia como canon, una “vara de medir,” por la cual todas las otras afirmaciones puedan ser evaluadas.
MacArthur nota que el pentecostalismo ha sido a menudo anti-intelectual (pp. 73-75). Como mucho del cristianismo americano asociado originalmente con los avivamientos fronterizos, sin embargo, surgió entre la gente menos educada quienes experimentan un aspecto de la actividad de Dios menos apreciada entre la élite intelectual. Quizás si los cristianos más intelectuales se humillaran ellos podrían aprender algo de la experiencia carismática – y ganar más audiencia entre aquellos a los que pueda servir su entrenamiento. Necesitamos la Palabra y el Espíritu juntos, y apagar cualquiera de los dos – ya sea como el pentecostalismo tradicional algunas veces ha hecho o como los intelectuales cesacionistas rígidos hacen ahora – no es útil.
MacArthur dice que los creyentes deberían renovar sus mentes, no pasarlas por alto (p. 244). Los carismáticos (y otros) sí necesitan un gran énfasis en renovar la mente (uno de mis proyectos exegéticos planeados para pronto aborda esto), pero MacArthur insta a una elección forzada; también hay una dimensión afectiva de nuestra personalidad. Al criticar el culto no inteligente, MacArthur menciona en una cita al pie la explicación de Gordon Fee que el Espíritu algunas veces pasa por alto la mente. Sin embargo Fee simplemente sigue la enseñanza de Pablo aquí (1 Cor 14:14-15), y Fee, un cuidadoso y honesto erudito, no es ciertamente la persona a citar en apoyo de la irreflexión.
Sin embargo, las enseñanzas no bíblicas sí proliferan. Por supuesto, que la Biblia no tiene que dirigirse a algo directamente para que los cristianos hoy lo consideren; no menciona explícitamente el aborto, armas nucleares, e ingeniería genética, por ejemplo. Pero muchas enseñanzas populares en la actualidad sobre la guerra espiritual, el gobierno de la iglesia y así sucesivamente descansan en “revelaciones” extra-bíblicas que deben ser examinadas más cuidadosamente. Por lo menos algunas de estas enseñanzas van en contra de la Biblia, y muchas de las otras parecen en el mejor de los casos irrelevantes al ministerio práctico para el reino.
Para bien o para mal, como alguien cuyo don público primario es enseñar, confieso que usualmente me siento más cómodo entre cesacionistas, con los cuales yo comparto una base común para discusión, a saber la Escritura, que entre los carismáticos extremos quienes la descuidan. Yo conozco muchos maestros carismáticos, sin embargo, quienes no son extremos, e incluso muchos influenciados por enseñanzas extremas a menudo están dedicados humildemente a Cristo. En un lugar la necesidad me forzó a hacer mi evangelismo y oración con carismáticos, mi defensa intelectual por la fe evangélica junto a un cesacionista, y mi otro ministerio con quien me diera la bienvenida.
– ¿Prosperidad prosperando?
Usualmente he estado más preocupado acerca, y enseñé más vigorosamente contra, los peligros de la enseñanza de la Prosperidad que los peligros del cesacionismo rígido. Así como muchos evangélicos necesitan más experiencia espiritual, los carismáticos están creciendo rápido y necesitan más enseñanza, así que mi propio don en la enseñanza tiende a tirar de mí en esa dirección. Si MacArthur no hizo uso de la enseñanza de la Prosperidad para tratar de desacreditar más generalmente la experiencia carismática yo probablemente no pausaría para comentar mucho aquí.
La enseñanza de la Prosperidad no es históricamente parte del ADN del pentecostalismo; los primeros pentecostales se hubieran opuesto en gran medida a ella, así que si uno extrapola de ese período (como a MacArthur le gusta hacer con figuras tempranas más cuestionables) las conclusiones de uno serían diferentes. Si la enseñanza de la Prosperidad se ha extendido, no ha sido porque el pentecostalismo abrace los dones espirituales y la dependencia del Espíritu para la misión sino a pesar de ello. El materialismo no apela a aquellos que abrazan los dones de Dios sino más generalmente a la naturaleza humana básica. Si la enseñanza sana florece (o la realidad sacude a los proponentes), quizá la enseñanza de la Prosperidad se desvanecerá en la próxima generación. La enseñanza reaccionaria como la de MacArthur, sin embargo, es más probable que polarice a que invite.
¿Será cierto que “los maestros de la Palabra de Fe representen la tendencia actual más grande del movimiento” (p. 9)? Evidencia estadística sólida debe ser recolectada, pero lo cierto es que está enormemente extendida, y en algunos lugares tipos de esta enseñanza pueden ser mayoría. Sin embargo, es sabio reconocer un rango de puntos de vista más que agrupar a todos los maestros de “fe” juntos; ciertamente algunos que se aferran a unos elementos de la enseñanza de “fe” rechazarían el tipo de elemento notado arriba “nosotros somos dioses”.
Yo he escuchado varias versiones de la enseñanza de confesión positiva y de la Prosperidad, pero algunas veces de cristianos que estaban sin embargo tan comprometidos con Cristo y su obra que ellos vivían sacrificialmente. Danny McCain, un amigo no-pentecostal que ha dedicado décadas de ministerio evangélico a Nigeria para ayudar a dirigir un estudio del pentecostalismo Africano, me dice que, a pesar de muchos problemas serios en el pentecostalismo allá, los pentecostales tienden a estar entre los más devotos cristianos y predican muy claramente la salvación. Como un no-pentecostal él concluye que, “si yo tuviera que escoger la fe de uno sobre la del otro, yo tomaría la versión pentecostal.”
Muchos afirman que la mayoría de carismáticos africanos (o más ampliamente cristianos africanos) enseñan la Prosperidad; ya sea que esta afirmación sea precisa o no, la evidencia de la encuesta en la que descansa no es tan clara como algunos suponen. Ciertamente la enseñanza extrema está muy extendida en África, incluyendo en la televisión, y muchos jóvenes cristianos creen con entusiasmo cualquier cosa que les enseñen. Sin embargo, muchos africanos no leen la pregunta de la encuesta acerca de la conexión entre la fe y la Prosperidad de la misma forma que los evangélicos occidentales suponen, esto es, en el contexto de la enseñanza materialista. (La pregunta, reportada en la p. 30 del Pew Survey se lee, “Dios dará prosperidad material a todos los creyentes que tengan suficiente fe.” La encuesta entonces resume, “En nueve de los países la mayoría de los pentecostales dice que Dios dará prosperidad material a todos los creyentes que tengan suficiente fe.”)
Mi esposa, por ejemplo, no es carismática, y ella y otros cristianos africanos que rechazan firmemente la enseñanza de la Prosperidad me dicen que ellos hubieran visto ambigua la pregunta y la hubieran respondido positivamente. Su comprensión de la pregunta es simplemente que nosotros debemos depender de Dios para que provea nuestras necesidades – un concepto bíblico incuestionable. Es cuestionable si la “mayor parte” de carismáticos (p. 15) apoya la enseñanza de la Prosperidad en el sentido en el cual nosotros normalmente usamos la frase.
Existen grados de “enseñanza de la Prosperidad,” de simple fe en la provisión de Dios a los tipos de extremos que MacArthur justamente denuncia. Por otra parte, yo sospecho que la mayoría de evangélicos norteamericanos no carismáticos gastan más recursos en ellos mismos que los que Jesús aprobaría; que ellos, a diferencia de los maestros de la prosperidad, no busquen justificación teológica para sus prácticas no las hace menos anti-bíblicas.
Usar las características de algunos o incluso muchos o la mayoría de los miembros para caracterizar un grupo como un todo puede ser un ejemplo de la “falacia de composición” en lógica. El razonamiento de MacArthur en contra de los carismáticos no es muy diferente del razonamiento de algunos secularistas contra los evangélicos. Algunos protestan alarmados, por ejemplo, que los dominionistas cristianos extremistas planean tomar los Estados Unidos; ellos mezclan su punto de vista de estos dominionistas con todo lo de los “Derechistas Religiosos”; ellos notan que tres-cuartos de los evangélicos blancos votaron por los Republicanos en la última elección; y luego ellos concluyen que los evangélicos son una amenaza a la democracia. Ejemplos de esa extralimitación podrían multiplicarse: tanto Lutero como muchos padres de la iglesia pronunciaron fuertes afirmaciones anti-semíticas; entonces los cristianos son anti-semitas; uno podría entonces razonar más allá, aunque obviamente ilógicamente, que la gente religiosa (incluso judíos ortodoxos) son todos anti-semitas. Muchos pastores de mega-iglesias u otras principales figuras cristianas han mostrado ser corruptas; entonces MacArthur debe ser corrupto. Y así sucesivamente.
– ¿Por qué usaría Dios a MacArthur para retarnos?
Cuando fallamos en la autocritica Dios algunas veces levanta foráneos para ayudarnos (gentilmente o no). Mientras que es cierto que muchos (¿la mayoría?) evangélicos necesitan desesperadamente el énfasis carismático para vivir la enseñanza bíblica acerca del Espíritu, también es cierto que muchos (¿la mayoría?) carismáticos necesitan desesperadamente el énfasis evangélico de entender y explicar cuidadosamente la Escritura. (Divulgación completa: como un evangélico carismático, yo podría tener alguna parcialidad aquí.)
Por supuesto, “algunos pensadores carismáticos” (como llama correctamente MacArthur a Michael Brown and J. Lee Grady) han criticado correctamente los abusos, y MacArthur fácilmente los cita en apoyo de su argumento (pp. 202-3). (En subsecuentes críticas, uno debería notar, que ni Brown ni Grady han considerado la polémica de MacArthur justa.) Las preocupaciones también se han generalizado, por ejemplo, entre muchos maestros en escuelas carismáticas y pentecostales. Como uno de los reseñadores ha señalado, sin embargo, aquellos que dependen de lo que ellos escuchan en la televisión no han escuchado a los críticos de los carismáticos y no escucharán tampoco a MacArthur. (Aquellos que toman sus ideas acerca de los evangélicos principalmente de lo que ven en televisión o escuchan en la radio, ya sea de la variedad religiosa o secular, son a menudo del mismo modo acríticos.)
Aunque muchos carismáticos no son culpables de las genuinas ofensas con las cuales los culpan, ha habido una tendencia reciente a hacer alarde de los números y el respeto creciente de los carismáticos. Yo sospecho que cuando nosotros citamos las cifras más altas por el número de carismáticos en el mundo, nosotros reconocemos que no nos sentiríamos confortables abrazando como iguales espiritual y teológicamente a todos ellos. No obstante, algunos de nosotros hemos estado ansiosos de presumir por los números. Los cristianos de la mayoría del mundo se han sacrificado para expandir el evangelio, pero muchos carismáticos occidentales están viviendo menos sacrificialmente que en el pasado. Si nosotros somos triunfalistas, nos estamos jactando por la labor de otra gente. Deberíamos estar agradecidos si Dios usa a los cesacionistas para reprendernos antes de que nos volvamos más arrogantes; el uso que hizo Dios de Babilonia para juzgar la arrogancia de Judá fue mucho menos gentil.
La Brocha Gorda
Aunque yo nunca veo películas de horror, por primera vez pienso que yo puedo identificarme con la emoción que obtiene la gente al verlas. Leer la asombrosamente generalizada condena de MacArthur de toda la experiencia carismática fue tan exagerada que yo hubiera estado tentado a encontrarla entretenida si no hubiera sido por la posibilidad trágica que algunos lectores la aceptaran sin critica. (Como se señala más adelante, él sí hace excepciones para algunos de sus amigos, sino que los trata como idiosincrásicos y aparentemente como excepciones que prueban la regla; por ejemplo, p. 231ss.)
El objetivo de MacArthur es tan disperso que él sin saberlo ataca de exceso aun a muchos de sus compañeros críticos. Él practica la culpa-por-asociación en una forma tan indiscriminada, y algunas veces con tan poca investigación, que algunos estarían tentados de acusarlo de linchar compañeros creyentes. Las bases bíblicas para su defensa del cesacionismo rígido son tan frágiles que ellas apenas merecen desperdiciar espacio para criticarlas en esta reseña; yo también me he dirigido a éstas en otro lugar. Por ende me enfoco principalmenteen esta crítica generalizada.
La condena indiscriminada de MacArthur de cualquier asunto carismático es poco diferente de algunas condenas seculares intolerantes de todos los evangélicos por la conducta de algunos. Alguien propenso a generalizar podría incluso usar las ofensas en el libro para poner en la lista negra a todos los evangélicos, o todos los cristianos, usando la misma lógica que MacArthur usa contra el movimiento carismático completo. MacArthur se queja cuando foráneos extrapolan de escándalos que incluyen a muchos carismáticos a los evangélicos (p. 6), sin embargo él hace lo mismo al agrupar al “movimiento” carismático completo junto.
Mientras que MacArthur está feliz de citar el estudio de Pew Forum acerca de los pentecostales y los carismáticos que aceptan la enseñanza de la Prosperidad, él por alguna razón ignora que el mismo estudio afirma que estos grupos tienen mayor probabilidad que otros de afirmar que Jesús es el único camino de salvación y compartir su fe cristiana con no creyentes. Esto es, MacArthur quiere enfatizar un evangelio falso, pero no que los carismáticos están entre los más evangélicos de los evangélicos en muchos lugares.
– Ejemplos de la Brocha Gorda
Especialmente (aunque no exclusivamente) en su introducción, MacArthur trata al movimiento carismático como satánico y dañino para la iglesia como un todo. Que él pretende que su crítica aplique al movimiento como un todo, en todas sus formas, es aclarado en la segunda nota del libro (p. 263 n. 2): “A lo largo de este libro, las tres olas del movimiento moderno pentecostal y carismático generalmente se tratan en conjunto con el término amplio carismático, como una forma de referirse a la totalidad del pentecostalismo clásico, la renovación carismática y la Tercera Ola.”
Él afirma que (p. xi) “Es por eso que las muchas payasadas irreverentes y las doctrinas torcidas que se han infiltrado en la iglesia por el movimiento carismático contemporáneo son igual (o incluso peor) al fuego extraño de Nadab y Abiú.” Él también afirma (p. xiii) que “El movimiento carismático moderno” atribuye “la obra del diablo al Espíritu Santo.” Él habla con un poco más de restricción meramente de (p. xvi) “millones de carismáticos” quienes adoran a un falso espíritu; a éstos él los compara con los israelitas idólatras que Dios mató en Éxodo 32.
MacArthur condena no simplemente ciertos movimientos teológicos; él atribuye el ejercicio de dones espirituales sobrenaturales a Satanás (p. xiii). Además, él vincula la práctica carismática de las lenguas con la de “médicos vudús” y grupos heréticos (p. 137), habiendo tratado de descartar cualquier vínculo entre las lenguas carismáticas y el Nuevo Testamento. Sin embargo esas lenguas sectarias no están bien testimoniadas en el primer siglo, cuando surgieron las lenguas bíblicas, y MacArthur descuida la ocurrencia de las lenguas en la historia posterior de la iglesia antes del pentecostalismo moderno (por ejemplo, en un avivamiento cristiano autóctono en India en los 1860s), excepto por aquellos (tales como los jansenistas) que considera herejes (p. 137).
Su tratamiento de las lenguas como demoníacas es lamentable. Puesto que él descarta como subjetivas las afirmaciones carismáticas que dicha oración les ayuda a sentirse más cerca de Dios, él descartaría mi propia afirmación a este efecto también – pero yo sí creo que la renovación espiritual interna que yo experimento cuando oro en lenguas me fortalece en mi trabajo para el reino.
Yo primero experimenté las lenguas dos días después de mi conversión del ateísmo, mientras adoraba al Dios que me salvó; yo no había recibido ninguna enseñanza acerca de las lenguas y no sabía que había un nombre para ello. Yo fui ordenado después como un ministro bautista en 1990 y ministro mucho más a menudo en círculos no-carismáticos que en los carismáticos. Sin embargo en esos círculos, yo encuentro que muchos de mis colegas (bautistas, metodistas, presbiterianos y similares) oran en lenguas, tienen testimonios de sanidades sobrenaturales, y similares. Un amigo erudito cercano que no ha tenido esas experiencias, un colega en otro seminario, me dijo que a él le gusta contratar carismáticos como colegas de facultad porque ellos tienden a ser más ortodoxos y con más celo. Ninguno de nosotros a los cuales me he estado refiriendo calza con las características que MacArthur atribuye al “Movimiento Carismático.”
En la opinión de MacArthur, el espíritu detrás del movimiento “representa una enorme piedra de tropiezo en lo que concierne al verdadero crecimiento espiritual, el ministerio y el hecho de ser útiles.” (p. 82).Yo no puedo más que ver estas afirmaciones como seriamente desinformadas; la guía directa del Espíritu e incluso la sanidad en respuesta a la oración me han ayudado a guiar a la gente a Cristo. Si el evangelio que yo predico – salvación del pecado a través de la fe en el Señor Jesucristo crucificado y levantado – no es el evangelio verdadero, yo no sé cómo se llamaría.
– ¿Carismáticos una secta?
MacArthur sí reconoce (p. 81) que “hay personas sinceras en el movimiento carismático que, a pesar de la corrupción sistémica y la confusión, han llegado a comprender las verdades necesarias del evangelio.” Sin embargo, apelando al respeto por nuestros antecesores evangélicos, él nota (p. xv) que a principios de 1900s, los conservadores en su mayoría vieron a los pentecostales como una secta, y que (p. xiv) “En generaciones anteriores, el movimiento carismático pentecostal habría sido etiquetado como herejía.” (MacArthur está indudablemente infeliz que Billy Graham dio la bienvenida a los pentecostales en el redil evangélico, que la mayoría de miembros en la Asociación Nacional de Evangélicos son pentecostales, que alrededor de la mitad de los evangelistas itinerantes en la conferencia de Billy Graham de 1983 en Ámsterdam eran carismáticos, que los pentecostales han servido como presidentes y decanos en seminarios evangélicos, y así sucesivamente.)
Uno tiene la impresión que MacArthur prefería la anterior visión conservadora acerca de los pentecostales. Aunque uno podría esperar que MacArthur apreciara el ferviente evangelismo pentecostal en la Mayoría del Mundo, él niega que estén propagando el evangelio genuino, salvador. Por lo tanto (p. xvii): “el evangelio que está conduciendo a esos números no es el verdadero evangelio y el espíritu detrás de ellos no es el Espíritu Santo. Lo que estamos viendo es, en realidad, el crecimiento explosivo de una iglesia falsa, tan peligrosa como cualquier secta o herejía que haya atacado al cristianismo. El movimiento carismático fue una farsa y un engaño desde el principio y no ha cambiado a algo bueno.”
Al explicar qué tan propensos son los carismáticos a la herejía, MacArthur nota que los católicos carismáticos, Pentecostales Unicitarios, y creyentes de la Prosperidad en conjunto hacen “una gran mayoría dentro del movimiento carismático moderno” (pp. 52-53). MacArthur descarta automáticamente como herejes un quinto de carismáticos que son católicos, porque él condena la misa y la veneración de María por idolátrica y argumenta que los católicos niegan la justificación por la fe (p. 49).
Otros evangélicos han debatido estos asuntos más a fondo de lo que yo puedo aquí, pero por supuesto no hace falta decir que muchos líderes evangélicos actuales difieren de las conclusiones de MacArthur. Con el interés de evitar desviarnos, yo no debería ni siquiera abrir esta lata de gusanos. Sin embargo, nosotros somos justificados por la fe en Cristo, no por fe en la justificación por la fe; por lo tanto, debería de ser posible para mucha gente confiar en Cristo como su salvador sin entender la doctrina de su iglesia o incluso la explicación de Pablo. Yo sospecho que si el Espíritu de Dios se moviera sólo entre aquellos cuya teología reflejara perfectamente la suya, para empezar ninguno de nosotros podría ser llevado a su verdad. Si porque nosotros dependemos solamente en Jesús como salvador, es hereje creer que uno debe pertenecer a la iglesia Católica para ser salvo, entonces creer que uno debe pertenecer a la iglesia Protestante para ser salvo es también hereje.
Él también rechaza la fe de la minoría de Pentecostales Unicitarios o “unitarios,” quienes él estima como 24 millones en todo el mundo (un cuarto de los pentecostales de EE.UU.; pp. 49-50), quizás 5 por ciento de los carismáticos globales. Sin embargo los grupos pentecostales trinitarios como las Asambleas de Dios enfatizan la trinidad en su declaración doctrinal de una forma más elaborada que lo que lo hacen la mayoría de otros evangélicos, parcialmente en reacción contra los modalistas. Mi experiencia en las escuelas de las Asambleas de Dios fue que los bautistas eran vistos como los aliados más cercanos que los más sospechosos modalistas. No obstante, yo sé de muchas conversaciones con ambos Pentecostales Unicitarios y cristianos trinitarios que en la práctica, la mayoría de cristianos ordinarios desafortunadamente no están educados lo suficiente teológicamente para saber la diferencia entre tres personas y tres “modos.” Además, si uno quisiera manchar a todos los pentecostales por descuido teológico porque algunos pentecostales (para consternación de otros pentecostales) son modalistas, uno podría también ser tentado a manchar a todos los cesacionistas debido a los arianos, aunque firmemente inerrancistas, cesacionistas Testigos de Jehová.
– Teólogos carismáticos/continuacionistas
MacArthur se queja (p. xv) que “En la historia reciente, ningún otro movimiento le ha hecho más daño a la causa del evangelio, distorsionado la verdad y sofocado la expresión de la sana doctrina.” Aunque nosotros mismos carismáticos no todos estamos de acuerdo en cómo se ve “la teología carismática”, aparte de no ser nosotros cesacionistas, MacArthur acusa (p. xv) que “La teología carismática ha convertido a la iglesia evangélica en un pozo negro de errores y un caldo de cultivo para los falsos maestros.”
Razonando circularmente – donde cualquier contribución carismática es descartada como error – él argumenta (p. xvi) que “la teología carismática no ha hecho ninguna contribución a la verdadera teología o la interpretación bíblicas…” “La interpretación bíblica verdadera, la sana doctrina y la teología histórica,” él advierte (p. 113) “no le deben nada al movimiento, a menos que una afluencia de errores y falsedades pueda ser considerada una contribución.”
MacArthur no está diciendo que nadie carismático haga esas contribuciones, sino que las contribuciones no son porque ellos sean carismáticos. Yo no puedo hablar por todos los eruditos carismáticos, pero mi experiencia carismática ciertamente me ha ayudado y ha fortalecido mi fe en tiempos de retos intelectuales – posiblemente en algunas formas que pueden haber hecho una diferencia decisiva en por qué todavía soy todavía creyente. También me ha ayudado a apreciar con mayor sensibilidad algunas descripciones de experiencia espiritual en la Biblia, al igual que la experiencia con las iglesias en casas, los creyentes en la Mayoría del Mundo, judíos mesiánicos (y otros círculos judíos) y demás me han ayudado a escuchar aspectos de los textos con mayor sensibilidad.
En cuanto a la experiencia carismática que ha contribuido a mi trabajo erudito, ha habido tiempos cuando he sentido que Dios me habló acerca de cuál debería ser mi siguiente proyecto académico. En un caso, antes de que yo pudiera contactar a la editorial que yo me sentí guiado a contactar, ellos me contactaron a mí y me pidieron escribir un comentario acerca del mismo libro que yo me había sentido guiado a escribir en oración. De otra manera, yo probablemente hubiera rechazado esa propuesta de proyecto por lo ocupado que yo estaba. Ciertamente los intereses carismáticos de Gordon Fee, Michael Brown, y muchos otros eruditos carismáticos han dado forma al enfoque de su trabajo. (Nuestras conclusiones, basadas en sólida exégesis, sin duda podrían haber sido alcanzadas por otros, pero los intereses se formaron donde hemos hecho algunas contribuciones.)
Pese a las fuertes afirmaciones, MacArthur se enfoca en los ejemplos más extremos o cuestionables, y evita condenar explícitamente algunas de las voces más balanceadas; él incluso cita en apoyo de su crítica a algunos “pensadores carismáticos.” Yo aprecio su selectividad en esta forma; los maestros más balanceados usualmente escapan a su nombrada crítica. El problema es que los lectores, y aparentemente MacArthur mismo, ve los ejemplos extremos y cuestionables como representativos, basados en estadísticas (discutidas anteriormente) acerca de lo que se cree que la mayoría de los carismáticos creen.
– Escándalos versus los amigos de MacArthur
MacArthur trata de encontrar el justo balance entre reconocer la ortodoxia de sus amigos reformados continuacionistas (él parece menos dispuesto a eximir a los continuacionistas no-reformados) y condenar a la mayoría de los carismáticos debido a escándalos visibles. MacArthur tiene la información correcta pero yo creo que tiene el balance incorrecto: la inmoralidad no caracteriza a la mayoría de los pentecostales.
MacArthur correctamente admite (p. 59) que “las irregularidades financieras y los fracasos morales pueden surgir de vez en cuando incluso en las más sólidas de las iglesias.” No obstante, él acusa, aquellos que afirman tener el Espíritu deberían tener menos de éstas, sin embargo tienen más. Personalmente, yo sospecho que lo que los pentecostales quieren decir por el empoderamiento del Espíritu es especialmente para el ministerio (evangelismo y dones), y que el poder espiritual para la pureza está igualmente disponible entre todos los creyentes. No obstante, los escándalos son naturalmente más públicos entre las figuras más públicas, quizás especialmente entre muchos tele-evangelistas sin una base apropiada. La mayoría de tele-evangelistas ha sido carismática, y la inclinación anti-intelectual mencionada anteriormente a menudo ha mantenido la formación bíblica y algunas veces la consejería lejos de ser apropiadamente valorados. Aquellos que se enfocan en la auto-promoción rara vez tienen mucho tiempo para la exégesis cuidadosa, aún si ellos tienen la formación para hacerlo. En su libro Yo Estaba Equivocado (I Was Wrong), Jim Bakker admitió que a la altura de PTL, él no tenía mucho tiempo para leer su Biblia, y él luego reconoció que su enseñanza anterior acerca de la prosperidad contradecía el mensaje de Jesús.
En las pp. 60-64 MacArthur ofrece una larga lista de escándalos de figuras carismáticas y pentecostales a lo largo de los años. Algunas de estas afirmaciones representan alegatos que nunca fueron probados, por lo que su inclusión es algo así como un chisme. La mayoría, sin embargo, son genuinas, y algunas representan pecado de largo plazo, racionalizado. Nuevamente, la mayoría de éstos son de ministros muy visibles sin supervisión; las cifras de los escándalos serían diferentes para el pastor promedio en, digamos, las Asambleas de Dios, donde la infidelidad sexual es tratada muy estrictamente.
Estas figuras deberían servir como advertencia para todos los que estamos en el ministerio (cf. Mat 24:45-51), pero MacArthur desafortunadamente extrae la moraleja equivocada. Él acusa (p. 65) que el comportamiento escandaloso está enraizado en la enseñanza falsa acerca del Espíritu Santo. Las creencias falsas acerca de lo que significa la “unción” puede jugar un papel en algunos casos, pero ese comportamiento está mucho más generalizado que en los carismáticos prominentes y está enraizado más plenamente en la pecaminosidad humana. Las tentaciones nos afligen a todos nosotros, y la Biblia nos da ejemplos de fallas morales no relacionadas con la enseñanza acerca del Espíritu Santo, incluyendo a Jefté, Sansón, y David, la negación de Pedro, y semejantes.
Pese a pintar el espíritu carismático y por ende a la mayoría de los carismáticos con la brocha de estos escándalos, MacArthur explica (p. 231) que “no considero a mis amigos continuacionistas como individuos de la misma clase que estos charlatanes espirituales…” Él reconoce (p. 232) que “muchos continuacionistas evangélicos han condenado con valentía ciertos” la enseñanza de la Prosperidad. Aquí hay una salvedad muy importante, una que no es realmente consistente con la condenación de todo el “Movimiento Carismático.” Sin embargo hay muchos más carismáticos como los amigos continuacionistas de MacArthur que los que él reconoce.
– Uso Selectivo de la historia
El acercamiento selectivo de MacArthur a la historia pretende fundamentar su enfoque. Sin embargo su apéndice sobre la historia de la iglesia, si intentaba ser representativa, selecciona solo afirmaciones que concuerdan con él. Sí, los cesacionistas existieron; pero no todos los creyentes ortodoxos han sido cesacionistas. Ireneo, Orígenes y Tertuliano todos declararon testimonios de sanidades y exorcismos. El historiador Ramsay MacMullen muestra que estos tipos de experiencias constituyeron la principal causa de conversión cristiana en el tercer y cuarto siglo.
MacArthur cita a Agustín como defensor del cesacionismo (pp. 252-53) sin señalar que más tarde cambio de opinión e informó de numerosos milagros, incluyendo levantamientos de muertos y algunas sanidades de las que él presenció personalmente. John Wesley valoró pesar la profecía más que rechazarla, informa de sanidades, y ofrece su propio informe de primera mano de lo que él creyó que era un levantamiento de entre los muertos. Líderes evangélicos de finales del siglo diecinueve como el Bautista A. J. Gordon (por quien el seminario teológico Gordon-Conwell es nombrado) y A. B. Simpson, fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, fueron continuacionistas y relataron informes de curación.
Como fue señalado anteriormente, MacArthur enfatiza (p. xv) que a principios de los 1900s los conservadores en su mayoría veían a los pentecostales como una secta. Conforme los evangélicos no carismáticos comenzaron a conocer a los pentecostales, sin embargo, sus opiniones comenzaron a cambiar, y por buenas razones. En este punto, sin embargo, MacArthur desea volver atrás el reloj.
Dando a entender compromiso con la teología liberal, él señala (p. xv) que en los 1960s los carismáticos se propagaron en las principales denominaciones “que habían abrazado el liberalismo teológico y ya estaban muertas espiritualmente.” De hecho, esto es una caricatura, porque muchos cristianos comprometidos se mantuvieron en algunas de estas denominaciones (habían algunos en el prototipo de la iglesia “muerta” en Apoc 3:4); una década más tarde, yo discutí el evangelio con muchos de ellos. Muchos pentecostales de esa era, sin embargo, compartieron el prejuicio de MacArthur; David du Plessis, quien en última instancia salvó la brecha, él mismo inicialmente fue reacio a acercarse.
MacArthur denuncia (p. xv) que “el experiencialismo emocional del pentecostalismo” desató el crecimiento en estas iglesias. De hecho un énfasis renovado en el evangelio y el evangelismo tuvo mucho más que ver con esto. En la mayoría de estas denominaciones, los carismáticos han estado entre las fuerzas evangélicas más fuertes, por lo menos en los casos donde se han sentido bienvenidos a permanecer.
MacArthur se queja que Parham fue el fundador del pentecostalismo, señalando que ésta es una fuente dudosa para el movimiento (pp. 26-27). Los cargos morales contra Parham, nunca probados, pueden surgir de la enemistad de W.G. Voliva, conocido por haber planteado cargos semejantes contra otros rivales. Muchas de las perspectivas de Parham, por el contrario, fueron bastante problemáticas, y hay razones por las cuales los pentecostales hoy en día a menudo recurren a otras figuras tempranas en el movimiento (tales como William Seymour o William Durham) más representativas. Parham jugó un papel fundamental en el punto de vista que las lenguas eran la evidencia del bautismo en el Espíritu, pero el énfasis mayor del movimiento en las misiones empoderadas por el Espíritu pertenecía a la corriente radical del evangelicalismo del cual surgió. Su rápido crecimiento entre las Iglesias de Santidad también calza con su búsqueda más amplia del derramamiento espiritual de la época.
“Si el Espíritu Santo quiso recrear el día de Pentecostés,” MacArthur desafía (p. 27, énfasis en el original), “¿sería esta realmente la forma en que lo haría?” ¿Por qué no? Jesús no escogió escribas teológicamente astutos como discípulos; Pedro era un pecador (Luc 5:8) y Pablo era un perseguidor (Hch 9:4). ¿Qué tipos de vasos falibles usó Dios en el AT? No sólo personas moralmente exitosas tales como José y Daniel, sino también personas que fallaron después de su llamado, tales como Jefté, Sansón y un rey llamado David. Líderes principales y figuras iniciales en algunos otros avivamientos, tales como el Avivamiento en Gales (Evan Robert aparentemente sufrió crisis emocionales) el avivamiento de 1960s en Indonesia, tuvo algunos serios problemas personales. Whitefield y los Wesleys se diferenciaban en puntos de doctrina sin embargo Dios usó a ambos para traer avivamiento fructífero en los 1700s.
Aunque señala el valor de los reformadores, MacArthur también correctamente enfatiza (p. 213) que el avivamiento no fluyó de ellos sino de la palabra de Dios. Los movimientos del Espíritu no están limitados a la fragilidad de sus recipientes. Lutero se convirtió en un virulento anti-semita cuya retórica más tarde proveyó leña para el Tercer Reich, pero esto no disminuyó lo que Dios logró a través de él. A Dios a menudo le gusta recordarnos que lo que él hace no es acerca de nosotros sino acerca de Él mismo. Aparte del único humano quien es también el Dios encarnado, los humanos no son los héroes del relato de los hechos de Dios en la historia.
MacArthur puede estar en lo correcto al enfatizar (pp. 28-30) las ideas del muy citado trasfondo en el Nuevo Pensamiento de la Palabra de Fe a través del maestro no-carismático E. W. Kenyon. (Que Kenyon fue la fuente para algunas de las enseñanzas de Palabra de Fe está fuera de discusión.) Pero mientras que yo no deseo arriesgarme a ser visto como defensor de la teología de la Palabra de Fe, investigación más reciente ha subrayado algunas otras, fuentes históricas más directas de las enseñanzas. Pese al acercamiento más balanceado de A. J. Gordon, algunas perspectivas evangélicas sobre la sanidad en la expiación a finales del siglo diecinueve llevaron a “afirmar” la sanidad por fe (construyendo en el acercamiento de Phoebe Palmer y otros quienes enfatizaban la aceptación de la obra terminada de Cristo espiritualmente por fe). La enseñanza de la Prosperidad tomó de corrientes culturales más amplias, como fue la del ateo Andrew Carnegie El Evangelio de la Riqueza (1889) así como del más positivo modelo de misiones de fe que confiaba en Dios para su provisión (modelado por George Mueller, Hudson Taylor y otros). La enseñanza de la Prosperidad distorsiona antecedentes positivos tal como Mueller, pero no debemos ignorar antecedentes históricos que no son negativos.
La afirmación, entonces, que (p. 31) Parham y Kenyon “son los responsables de las bases teológicas sobre las que el sistema carismático completo está construido,” es cuestionable. Lo que muchos verían como elementos más importantes de la teología carismática, especialmente el no practicar el cesacionismo, muestra la influencia histórica de evangélicos radicales tales como A. J. Gordon y especialmente A. B. Simpson, e influencias tempranas tales como la de Johann Christoph Blumhardt.
Cesacionismo de MacArthur
Como yo me he dirigido a la continuación de los dones espirituales en mucho más completo detalle en mi libro Don & Dador (Gift & Giver, publicado por Baker, 2001) Yo me enfocaré aquí en sólo unos pocos puntos planteados por MacArthur, sin elaborar en la abundante evidencia bíblica para los dones.
– Sanidades
Los cesacionistas blandos no tienen ningún problema con el que Dios haga milagros hoy cuando él escoja hacerlo, y dichos milagros no ocurren sólo en círculos carismáticos. (Contrario a cierta prensa que ha recibido, mi libro acerca de milagros desafió el anti-sobrenaturalismo, no el cesacionismo. La documentación para muchos casos que yo cito más adelante, sin embargo, aparece en ese libro.) Yo no estoy aquí desafiando el cesacionismo blando sino lo que parece ser el cesacionismo más rígido de MacArthur.
Contrastando informes modernos de sanidades, MacArthur afirma (pp. 170-71) que las sanidades genuinas, aquellas de la Biblia, eran “innegables.” De hecho, mientras algunas curas, tales como sanidad de la ceguera o parálisis o levantamiento de los muertos, puedan ser obvias, otras, tales como la sanidad de un flujo de sangre, pueden no ser tan obvias a espectadores. Los evangelios detallan algunos de los casos más obvios, pero indudablemente muchos que vinieron a Jesús vinieron por el rango de condiciones por las que la gente viene hoy en muchas partes del mundo.
La mayoría de los innegables y obvios casos en los evangelios tienen muchos paralelos hoy, si los observadores están dispuestos a aceptar los mismos estándares de evidencia. Testigos cristianos de conocida integridad aseguran sanidades instantáneas de ceguera y levantamiento de los muertos; yo he entrevistado a muchos de estos testigos, y conozco a una cantidad de ellos muy de cerca. Estas sanidades en el nombre de Jesús también a menudo entre no-cristianos (es decir, no sólo en las reuniones de sanidad públicas que MacArthur critica).
Si MacArthur niega las afirmaciones de los testigos, él también apoya los desafíos muy epistémicos que hacen los escépticos contra el confiar en la base de las afirmaciones de milagros en la Biblia. Hoy, de hecho, nosotros algunas veces tenemos documentación médica, la cual estaba naturalmente ausente en los casos bíblicos. Nosotros también tenemos informes sólidos de millones de personas quienes se han convertido al cristianismo de contextos completamente no-cristianos, en China y en otros lugares, porque ellos estaban convencidos que ellos o alguien cercano a ellos fue sanado a través de la oración en el nombre de Jesús.
Si uno argumenta que aquellos levantados en la actualidad quienes estaban fríos, tiesos, no respiraban durante muchas horas, y tenían sus ojos en blanco no estaban genuinamente muertos, ¿cómo sabe uno que la hija de Jairo, que no respiraba sólo por un corto tiempo, estaba genuinamente muerta? Nosotros podemos decir, “Porque la Biblia lo dice,” pero mi punto es que el tipo de escepticismo que se aplica contra las fuertes afirmaciones de milagros hoy es precisamente el mismo acercamiento usado para desafiar la Biblia. Hume usó el descarte temprano de evidencia de testigos oculares de milagros del cesacionismo rígido para desestimar los milagros bíblicos también, y otros escépticos han seguido inmediatamente. El acercamiento evangélico continuacionista de finales del siglo diecinueve reconoció la importancia de la consistencia al manejar evidencia. Un cesacionista rígido quien no quiere que otros descarten el testimonio de testigos oculares del primer siglo no deberían descartarlo a priori hoy, siempre buscando maneras de evitar toda la evidencia.
Si por cesacionismo uno quiere decir simplemente que Dios no siempre hace las cosas de la forma que lo hizo en los evangelios y Hechos, yo supongo que yo (y muchos otros continuacionistas) seríamos considerados cesacionistas. Yo no creo que Jesús sane a todos quienes oran por sanidad en todas partes. Sin embargo Dios tampoco hizo las cosas de la misma manera a lo largo de la historia bíblica, pero era más generoso con señales que rodeaban ciertos acontecimientos que otros. La venida de Jesús fue el evento clave, y en Hechos nosotros vemos que otro “acontecimiento” clave acompañado por señales es la predicación del evangelio. MacArthur señala que “las sanidades autenticaron un verdadero mensaje” (p. 173). Eso es correcto: y conforme ese mensaje verdadero continúa yendo hacia adelante, Dios a menudo continúa autenticándolo.
Lejos de ser Hechos un mero registro histórico de una autenticación anterior, éste nos lleva a esperar que las sanidades puedan continuar, como lo hicieron aún en el capítulo final de Hechos (Hch 28:8-9). Relatos de testigos creíbles alrededor del mundo (no sólo aquellos que MacArthur podría fácilmente descartar por extremos) sugieren que dichas sanidades de hecho continúan. Yo mismo he sido testigo algunas veces.
En mi opinión, MacArthur también confunde los “dones de sanidades” de Pablo para la iglesia, los cuales no están realmente descritos en la Escritura, con los signos más visibles en los contextos evangelísticos en Hechos (p. 245); pero no es prudente desviarse aún más lejos.
– Profecía y revelación
MacArthur confunde profecía con canon, una confusión que distorsiona su tratamiento de la profecía. Él supone que “Si el Espíritu aún estuviera ofreciendo revelación divina, ¿por qué no habríamos de recogerla y agregar esas palabras a nuestras Biblias?” (p. 69). La creencia en nuevas revelaciones, él arguye, “niega tácitamente la doctrina de la sola Scriptura” (p. 242).
La confusión de MacArthur en este punto lo lleva a acusar a la gente de herejía a través de su propia incomprensión. Así cuando Jack Deere argumenta que Satanás desarrolló una doctrina “que enseña que Dios ya no nos habla excepto sino mediante de la Palabra escrita,” MacArthur entiende que él llama “la suficiencia de la Escritura como una doctrina demoníaca” (p. 69) – algo que Deere no dice, por lo menos donde MacArthur lo cita. Sin embargo la Escritura en ninguna parte dice que Dios ha dejado de hablar, un acercamiento que en realidad contradice lo que esperaríamos del patrón en la Escritura. Por lo tanto si MacArthur quiere atribuirse su propio punto de vista en este punto al Espíritu (en lugar que Satanás, como Deere sugiere) ¡MacArthur debe encontrarse en la curiosa situación de construir su teología en este punto en una revelación posbíblica!
Aunque la Escritura y la profecía se traslapan en algunos casos, éstas no realizan de otra manera la misma función. La continuación de la profecía no está opuesta a un canon fijo, y la perspectiva de MacArthur de su oposición hace eco de la tradición posbíblica más que de la Escritura misma. La profecía, como la historia, canciones de alabanza, o leyes, es meramente un género en la Escritura, y no es en absoluto coextensiva con ella. La mayoría de las profecías en los tiempos bíblicos no aparecen en la Escritura: así, por ejemplo, leemos de un centenar de profetas cuyas profecías no están registradas en ninguna parte (1 Re 18:13), y múltiples profecías en reuniones semanales de la iglesias en casas (1 Cor 14:29-31) que en las décadas iniciales del cristianismo temprano pueden haberse contado en las decenas de miles. La profecía, entonces, podría ocurrir independiente de la Escritura; la revelación en ese sentido más amplio nunca estuvo limitado a la Escritura.
El significado de “canon” no es todo lo que Dios haya dicho, sino la crítica vara de medir acordada para evaluar otra revelación. Además, cuando hablamos de Dios hablando hoy la mayoría de nosotros estamos hablando no de una nueva doctrina, sino de intimidad personal con Dios o guía personal de Él. El descubrir el llamado propio o dónde uno debería asentarse en el ministerio por lo menos algunas veces incluye estar abierto a la guía subjetiva por el Espíritu, incompleto como es esto.
El depender de Dios para dirección personal, algunas veces a través de sentir una guía interna, no es lo mismo que inventar una nueva doctrina posbíblica. En contraste, el cesacionismo es una doctrina posbíblica que debe explicar cómo el patrón completo de revelación bíblica es irrelevante para apoyar su perspectiva del estado presente, diferente, posbíblico, sin ninguna advertencia bíblica, del cambio posbíblico. ¿Cuál acercamiento, uno podría preguntarse, arriesga promover una enseñanza no-bíblica?
Desafortunadamente, en mi opinión el mejor argumento para el cesacionismo son los carismáticos extremos; ciertamente haría las cosas más ordenadas si pudiéramos rechazar todas las profecías. Al mismo tiempo, esto podría también ahorrarnos la necesidad de usar el discernimiento si pudiéramos rechazar toda enseñanza porque sabemos que algunas enseñanzas son falsas. MacArthur alega que la profecía posterior al cierre del canon niega la suficiencia de la Escritura (p. 116). ¿Es que la profecía antes del cierre del canon, no registrada específicamente en la Biblia, niega la suficiencia de la Escritura previa, puesto que no estaba agregando a ella? Esto es mezclar manzanas y naranjas, diferentes formas de la guía de Dios para diferentes propósitos. Más relevante al asunto de doctrina, y por ende a la suficiencia de la Escritura, sería si las explicaciones de la Escritura, tales como los comentarios, niegan que la Escritura es suficiente por sí misma sin ellas. Puesto que MacArthur y yo escribimos comentarios, yo asumo que nosotros ambos contestaríamos, No, pero debería estar claro que alguien dado a la polémica podría ampliar la gama de objetivos.
El modelo del Nuevo Testamento para creyentes no es rechazar toda la profecía sino discernir lo que es correcto de lo que es incorrecto (1 Cor 14:29; 1 Tes 5:20-22). Del contexto en 1 Corintios, esta práctica debe incluir que los creyentes dentro de la congregación sopesen las profecías. MacArthur aplica las exhortaciones de Pablo para probar la profecía para distinguir los profetas verdaderos de los falsos, los últimos siendo charlatanes y engañadores (pp. 124-25). Parece, sin embargo, inconcebible que las iglesias caseras rara vez tenían más de cuarenta personas necesitaran regularmente probar a los falsos profetas; ¿cuántos falsos profetas habrían permanecido después de varias semanas de quitar las malezas?
MacArthur también argumenta acerca de que juzgar la profecía ahora sólo aplica para evaluar la enseñanza, puesto que él cree que la profecía ha cesado (p. 126). Por supuesto, si él permite tan poco margen para la enseñanza errónea como él permite para la profecía errónea, muy pocos pastores podrían permanecer en el ministerio. (Continuacionistas podrían incluso argumentar que este estándar podría excluir a los cesacionistas rígidos, pero que este es otro asunto.) ¿Por qué podría la profecía requerir evaluación?
– Limitaciones Proféticas
Muchos de los ejemplos modernos de MacArthur son evidentemente falsa profecía. Pero él está tan decidido a citar la norma perfecta en Deut 18:20-22 que él descuida algunos otros aspectos de la profecía del Antiguo Testamento que apoyan el modelo del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, los profetas mayores algunas veces mentoreaban a los jóvenes; los profetas también ejercían diferentes niveles de autoridad (por ejemplo, Moisés y Samuel versus los “hijos de los profetas”). Más aún, la profecía era algunas veces figurativa y usualmente condicional, un patrón especificado por Jeremías (Jer 18:7-10; véase por ejemplo, Jon 3:4-10).
La profecía y la enseñanza están ambas limitadas en alcance; después de todo, nosotros tanto “conocemos en parte, y profetizamos en parte” (1 Cor 13:9). Así cuando Juan el Bautista escuchó de Jesús simplemente sanando en lugar de cumpliendo la profecía de Juan que Jesús bautizaría en el Espíritu y fuego, Juan cuestionó si Jesús era aquél que él había anunciado (Mat 11:3//Luc 7:19). Los profetas sabían suficiente para advertir a Eliseo que Elías estaba a punto de ser quitado de él, sin embargo a diferencia de Eliseo malinterpretaron lo que esto implicaría (2 Re 2:3, 5, 16-18). En Hch 21, los creyentes advirtieron a Pablo “a través del Espíritu” que no fuera a Jerusalén (Hch 21:4), sin embargo Pablo conocía más plenamente que Dios quería que él fuera a Jerusalén (cf. 21:13-14). En otras palabras, los cristianos con genuina aunque parcial visión del Espíritu la aplicaron erróneamente; el Espíritu estaba de hecho guiándolos pero el entendimiento de Pablo era más completo. Aún los profetas bíblicos cuyos escritos se volvieron parte de las Escrituras no vieron todos los detalles concernientes al cumplimiento de sus profecías (1 Pe 1:10-11). Ninguna de éstas advertencias justifican las profecías incorrectas que MacArthur relata, pero ellas son lo que quieren decir los continuacionistas cuando ellos hablan de que la profecía está limitada por los vasos finitos que Dios usa.
MacArthur va tan lejos como para comparar la profecía a las cartas del tarot o las tablas Ouija (p. 115) Atribuir la obra del Espíritu al diablo es un asunto peligroso (Mc 3:22, 29-30); aunque algunos profetas errantes merecen una severa crítica, MacArthur parece extender la crítica incluso a las voces más moderadas de Dios hablando, ya que él acaba de mencionar al autor Bautista del Sur, Henry Blackaby.
MacArthur puede ser genuinamente desconocedor de profecías que probaron ser asombrosamente precisas, pero yo podría proveer muchos ejemplos. Uno de los primeros que siempre viene a mi mente es que al menos tres profetas en el Congo profetizaron independientemente a mi esposa que ella algún día se casaría con un ministro blanco con un gran ministerio. En una de estas ocasiones, ella y la persona que profetizaba estaban ambas refugiadas en la selva tropical. No hace falta decir que no había mucha gente blanca alrededor.
Inmediatamente después ella y yo decidimos casarnos, cuando era todavía un secreto, alguien que yo conocía me llevó a un lado y señaló que Dios le había dicho a ella que yo ahora había encontrado mi futura esposa, y que no me preocupara que nosotros fuéramos de diferentes culturas y continentes. Yo podría enumerar muchos ejemplos más, pero sólo para decir: el discernimiento tiene más sentido que el rechazar todas las profecías porque algunas son falsas. Algunas enseñanzas son falsas, pero nosotros no rechazamos toda la enseñanza por esa razón; nosotros, por supuesto, no confiaríamos en un maestro cuya enseñanza es consistentemente falsa, pero tampoco rechazaríamos la enseñanza de otros cuya enseñanza es consistentemente precisa.
– ¿Cese de la profecía?
Pocos dudarían que el Espíritu puede hablar a nuestros corazones en el sentido general de recordarnos que nosotros somos hijos de Dios (Rom 8:16). Si uno no es un cesacionista en este punto básico, ¿por qué no aceptar que Dios pueda guiar a algunos a escuchar de Dios con mayor detalle? MacArthur acepta que Dios pueda guiar nuestros corazones, pero solo a través de iluminar la Escritura (p. 117). Él niega la guía del Espíritu conduciendo a creyentes individuales internamente y en p. 115 aun condena a Mi Experiencia con Dios (Experiencing God) de Henry Blackaby, una fuente de gran renovación en la iglesia.
Si tratara de contestar todos los argumentos individuales de cesacionismo rígido de MacArthur aquí seria tedioso. Yo me he referido a la cuestión de la continuación de los dones en otros lugares (en mayor detalle, véase mi Don y Dador = Gift & Giver), aunque para lectores de la Biblia de mente abierta no se requiere mucho argumento. Nadie, a quien se le diera una Biblia sin instrucción contraria, encontraría el cesacionismo ahí, y en muchas partes del mundo, los lectores de la Biblia a quienes se les enseñó el cesacionismo lo rechazaron porque no calzaba con lo que ellos encontraron en la Escritura. MacArthur rápidamente descarta (p. 236) como falto de “base exegética” la posible hipótesis de D. A. Carson acerca de las lenguas. Las hipótesis acerca de asuntos a los que no se les da forma en la Escritura inevitablemente sí les falta una completa base exegética; no obstante al cesacionismo no sólo le falta una base exegética, sino que contradice las normas que la Escritura nos invita a esperar.
Aún si fuéramos atrás al nivel del Espíritu del Antiguo Testamento, existían profetas verdaderos así como falsos. Desde la primera venida de Jesús, sin embargo, nosotros anticipamos un nivel aún más alto de la actividad del Espíritu. Hechos 2 declara que una nueva era empezó con la exaltación de Jesús; el Espíritu Santo es derramado, y el empoderamiento profético es parte de lo que nos marca como la comunidad de Dios. Esto marca el mismo período que invocar el nombre del Señor para salvación; negar que todavía estamos en esta era hoy requiere gimnasia hermenéutica, pues no es menos los “últimos días” ahora que lo que era entonces.
Además, pese a las protestas, 1 Cor 13:8-12 es claro acerca de cuándo los dones pasan – cuando veamos a Jesús cara a cara. MacArthur trata de hacer el pasaje ambiguo, argumentando que la sincronización no es el punto (p. 149). Desafortunadamente, afirmar simplemente que un pasaje claro es ambiguo no es un argumento, y ¡MacArthur no menciona que ciertamente no hay ningún pasaje el punto del cual sea el cese de los dones antes del final de la edad! De hecho, la Escritura no ofrece ninguna advertencia de esa supuesta nueva situación, que por lo tanto debería haber sido discutida, en el mejor de los casos, desde la historia de la iglesia. Sin embargo los dones continuaron en la historia de la iglesia; e incluso aunque no lo hubieran hecho, el patrón en la Escritura nos invitaría a buscarlos de nuevo.
Pablo advirtió a los corintios buscar la profecía y no prohibir las lenguas (1 Cor 14:39). MacArthur sostiene que este versículo es inaplicable a la profecía carismática y lenguas modernas, porque él considera éstas falsificaciones. Aún si todos los casos carismáticos modernos fueran falsos (y yo arguyo que no lo son), tomar este verso seriamente a la luz de la falta de evidencia bíblica que apoye el cesacionismo debería guiarnos a buscar el don verdadero de profecía en la actualidad. Del mismo modo, debería advertirnos a no suprimir las lenguas verdaderas cuando, como los no-cesacionistas nos guiarían a esperar, ocurrirían algunas veces. Esto es, aún si MacArthur estuviera en lo correcto de condenar a todos los carismáticos modernos (y yo arguyo que no lo está), él aún estaría equivocado al practicar el cesacionismo.
Si la Biblia es realmente nuestra única autoridad, entonces nosotros deberíamos seguir el modelo de experiencia personal con y escuchando de Dios que aparece regularmente a través de la Biblia. Eso no significa, contra algunos carismáticos, que estamos experimentando guía interna incesantemente; unas pocas, genuinas experiencias, clave a la par de la Escritura y sabiduría, puede ser suficiente para formar muchas de nuestras vidas en las direcciones correctas junto a la guía providencial de Dios. Pero la experiencia profética parece haber sido común en las iglesias de Pablo. Si alguna gente está haciendo esto en la manera equivocada hoy, esto no nos exime a nosotros de la responsabilidad de encontrar formas de hacerlo correctamente.
Reflexiones Finales
MacArthur ofrece algunos puntos de vista válidos, pero la falta de balance impide que su acercamiento sea tan constructivo como debería ser.
Cuando hablamos de “carismático,” nosotros estamos hablando de aquellos que abrazan los dones del Espíritu para la actualidad. Este elemento compartido no constituye técnicamente un movimiento o acuerdo común aún en puntos fundamentales, no más que la negación de los dones del Espíritu en la actualidad debe constituir un movimiento – puesto que esa es una creencia que MacArthur comparte con ateos y otros que niegan que el Espíritu existe. (Los Testigos de Jehová son cesacionistas en un sentido más estricto.) Si algunos círculos carismáticos no practican los dones verdaderos del Espíritu, la respuesta bíblica no es descartar todos los dones del Espíritu sino discernir lo verdadero de lo falso.
MacArthur ha abandonado la tarea del discernimiento al condenar todos los dones. Sin embargo en la era del Espíritu, la era desde el Pentecostés, esto no es así. Hechos 2 es bien claro que la era de la salvación es también la era cuando Jesús derrama su Espíritu en todo su pueblo para empoderarlo para profetizar. El círculo de MacArthur no puede y no afirma estar cumpliendo esta profecía. De hecho, sus interpretaciones eluden los mandatos bíblicos de “estar deseoso de profetizar” y no prohibir hablar en lenguas (1 Cor 14:39), así como de no rechazar las profecías sino probarlas (1 Tes 5:20-21).
Sus intentos de evadir la relevancia para la actualidad de estos mandamientos pertenecen a su sistema teológico más amplio de cesacionismo rígido. Este acercamiento socava el carácter dramático de la nueva era del Espíritu subrayado en el Nuevo Testamento para esta época entre las venidas de Jesús. Como tal, él defiende un sistema que va precisamente en contra de una evidencia primaria que los cristianos primitivos algunas veces citaban para sí mismos como el movimiento de los últimos tiempos del Mesías (por ejemplo, Hch 2:17, 33). Similarmente, como Robert Bruce Mullin ha mostrado, fue el cesacionismo rígido del cual tomaron los anti-sobrenaturalistas para descartar los milagros bíblicos así como posbíblicos, puesto que el carácter epistémico de la evidencia no era diferente. Nos guste o no, la amplia reacción violenta de MacArthur contra todos los carismáticos juega en manos de los enemigos de la iglesia ansiosos de negar toda la evidencia de actividad divina y ansiosos de subrayar la desunión de la iglesia.
Fuego Extraño ofrece algunos puntos muy necesarios, y muchos de nosotros podemos aprender de estas advertencias. Sin embargo, debido a que mancha a todos los que practican los dones carismáticos con las críticas apropiadas sólo a aquellos que abusan de ellos en última instancia se queda corto de traer corrección en una forma constructiva. Esperemos que otros asuman esta tarea en una forma más provechosa.
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